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Informe: Marcas de élite “made in China” que compiten con el lujo occidental

Informe: Marcas de élite “made in China” que compiten con el lujo occidental

Los consumidores chinos han admirado durante décadas las grandes casas de lujo occidentales, pero una nueva generación de marcas de lujo nacidas en China está cambiando el juego. Estas firmas locales compiten de tú a tú con nombres europeos y americanos en sectores como la moda, automóviles, relojería, cosmética, tecnología y estilo de vida. ¿Su arma secreta? Un orgulloso énfasis en la identidad cultural china, incorporando elementos de la historia milenaria, el diseño tradicional y la artesanía local en el corazón de su marca. Este movimiento forma parte del fenómeno guochao (「国潮」 o “oleada nacional”), un auge de orgullo cultural que impulsa a las marcas chinas a reinterpretar lo “Made in China” con creatividad y raíces propias. En este artículo de análisis exploraremos cómo estas marcas expresan su orgullo nacional –desde materiales autóctonos hasta motivos históricos–, cómo las recibe el mercado local e internacional, y qué estrategias emplean para desafiar a las firmas de lujo occidentales.

Guochao: orgullo cultural como estrategia de lujo

El término guochao se ha convertido en sinónimo del renacimiento de las marcas locales con estética y espíritu chinos. Más que una tendencia pasajera, guochao es un movimiento que busca redefinir el significado de “hecho en China” a través de reinterpretar elementos tradicionales en clave moderna . Los jóvenes consumidores, especialmente la Generación Z, sienten una creciente confianza cultural y desean productos que reflejen sus raíces . A diferencia del lujo occidental clásico centrado en la exclusividad o estatus social, muchas marcas chinas ponen el foco en la identidad y la autenticidad cultural, conectando con un sentimiento colectivo de orgullo nacional . Esta oleada ha impulsado a diseñadores y emprendedores locales a fusionar lo antiguo y lo nuevo, demostrando que lo chino puede ser tan vanguardista y premium como lo occidental .

Un mapa publicado por la plataforma Tmall ilustró decenas de marcas de diseño original chino surgiendo por todo el país, cada una con su estilo pero unidas por una inconfundible “chinesidad” en sus diseños . Desde moda urbana inspirada en iconografía de la ópera de Pekín hasta gadgets tecnológicos con motivos imperiales, estas propuestas conectan con la nostalgia y el patriotismo de los consumidores. La estrategia está dando frutos: muchos chinos prefieren ya marcas locales que sienten “hechas para ellos” en vez de ser tratado como otro mercado más por las firmas extranjeras . En resumen, guochao ha otorgado a las marcas de lujo chinas una personalidad propia, basada en cultural confidence (confianza cultural), que resulta atractiva tanto en casa como, cada vez más, puertas afuera.

Moda de lujo: tradición e innovación en la pasarela

El sector de la moda de lujo es pionero en esta reivindicación de la estética china. Firmas locales están llevando a las pasarelas internacionales diseños que fusionan técnicas artesanales ancestrales con cortes contemporáneos. Un caso emblemático es Shang Xia, la marca fundada en Shanghái con apoyo del grupo Hermès . Shang Xia (cuyo nombre significa “arriba y abajo”) se especializa en prendas, accesorios y mobiliario que incorporan materiales y saber hacer tradicionales –desde porcelana de hueso súper fina hasta laca tallada a mano– presentados en estilos minimalistas modernos. Su directora creativa, Jiang Qiong Er, cuenta que la respuesta inicial de los clientes chinos fue emocionante: “lo más impresionante es cuando, tras ver la colección, dicen ‘¡vaya!, nos sentimos otra vez orgullosos de ser chinos’” . Shang Xia apuesta deliberadamente por que los consumidores redescubran el lujo inspirado en su propio patrimonio cultural , y ese orgullo patrio se convierte en parte de la propuesta de valor de la marca.

Otra figura destacada es la diseñadora Guo Pei, conocida como la reina de la alta costura china. Guo alcanzó fama mundial cuando vistió a Rihanna con un majestuoso traje amarillo en la gala MET 2015, adornado con bordados dorados inspirados en los trajes imperiales de la dinastía Qing. Sus creaciones están llenas de simbolismo chino: dragones y fénix bordados con hilo de oro, flores de loto en pedrería y siluetas que evocan quipao tradicionales, todo realizado con técnicas de costura refinadas. Guo Pei ha declarado sentir la misión de mostrar al mundo la riqueza del diseño y la artesanía chinas, y de hecho fue la primera diseñadora nacida en Asia continental invitada a la semana de la alta costura de París . Sus desfiles son auténticas celebraciones de la cultura: desde colecciones inspiradas en la Ruta de la Seda y las grutas de Dunhuang, hasta vestidos que incorporan tapices milenarios. Gracias a ello, ha logrado que la alta moda china sea tomada en serio en la élite global, demostrando que la herencia oriental puede ser tan lujosa y sofisticada como la occidental.

No solo en la haute couture se ve esta tendencia. Marcas de prêt-à-porter como Shanghai Tang llevan desde los años 90 reinterpretando la estética Chinoiserie para un público internacional. Fundada por el empresario hongkonés Sir David Tang, Shanghai Tang se autoproclamó “la primera marca de lujo global de China”, con colecciones coloridas que mezclaban cortes occidentales con toques orientales (cuellos Mao, estampados de dragón, seda brillante). Aunque durante un tiempo perteneció al grupo Richemont, su ADN siguió siendo orgullosamente chino . También destaca Shiatzy Chen, a veces apodada la “Chanel de Taiwán”, cuyas boutiques en París exhiben piezas que combinan bordados hechos a mano por artesanos chinos con siluetas europeas modernas . Y diseñadores emergentes como Heaven Gaia (Gaia Legend) o NE·TIGER están ganando atención con espectaculares trajes inspirados en la vestimenta tradicional (Hanfu, patrones de brocado, tocados de ópera), posicionándose como alternativas locales de alta gama frente a Dior o Valentino en galas y festivales.

Las estrategias en moda van más allá del producto: muchas de estas marcas narran historias vinculadas a la cultura. Por ejemplo, una colección puede venir acompañada de vídeos explicando la leyenda china que la inspiró, o incluir detalles como botones de jade tallado de la región de Xinjiang o tintes obtenidos con técnicas ancestrales de minorías étnicas. En tiendas insignia dentro y fuera de China, recrean ambientes refinados con té chino, incienso y decoración estilo dinastía Ming, sumergiendo al cliente en una experiencia cultural. Internacionalmente, su recepción ha pasado de la curiosidad a la admiración: la entrada de estas marcas en París, Nueva York y otras capitales de la moda indica que el lujo chino ha dejado de ser una rareza exótica para convertirse en competidor serio, respaldado por calidad creciente y un relato único. No es casual que gigantes occidentales se hayan interesado: Shang Xia contó con inversión de Hermès, mientras que LVMH adquirió la casa de moda tradicional china Shanghai Tang y también lanzó su propia línea de lujo de inspiración china (Studio des Parfums Beijing y la marca de té Cha Ling, entre otros proyectos) . Esto refleja cómo Oriente y Occidente empiezan a converger en la pasarela del lujo.

Automóviles de lujo: el “Rolls-Royce rojo” y los nuevos titanes


El Hongqi L5 (2023) en exhibición en el Salón del Automóvil de Shanghái. Hongqi –cuyo nombre significa “Bandera Roja”– ha evolucionado de ser el auto ceremonial de Mao a competir en la era moderna, combinando estética clásica (parrilla tipo cascada, emblema rojo ondeante) con lujos tecnológicos.

En el ámbito de los automóviles de lujo, las marcas chinas también recurren a su identidad nacional para distinguirse. El mejor ejemplo es Hongqi (紅旗), la legendaria marca de limusinas fundada en 1958 para uso exclusivo de altos funcionarios. Hongqi significa literalmente “bandera roja”, símbolo del país, y de hecho su logo caligrafiado fue obra del mismo Mao Zedong. Durante décadas, los imponentes sedanes Hongqi fueron un signo de prestigio nacional (usados en desfiles militares y visitas de Estado), antes de desaparecer en los 1980s. Pero la marca renació y en años recientes se ha reinventado como firma de automóviles de ultra lujo made in China, con la mirada puesta en competir contra Mercedes-Benz, Rolls-Royce o Bentley.

El reposicionamiento de Hongqi ha sido muy estratégico. En 2018 anunció un nuevo concepto de marca que destaca “nueva nobleza, nueva exquisitez y nuevos sentimientos”, integrando profundamente la cultura tradicional oriental con la tecnología y el diseño contemporáneo. Este lema se traduce en coches que combinan materiales y motivos chinos con ingeniería de vanguardia. Su modelo flagship, el Hongqi L5, evoca en la estética los autos clásicos de los años 60 (carrocería cuadrada, detalles cromados retro), pero incorporando toques culturales: madera de sándalo en el interior, tapicería con bordados inspirados en nubes auspiciosas y detalles rojos que imitan una pequeña bandera ondeando en el capó. Con un precio que supera los $760,000 dólares, el L5 es el auto chino más caro del mercado, reservado para dignatarios e invitados estatales. Es común verlo en eventos oficiales; por ejemplo, el presidente Xi Jinping llevó su propio Hongqi L5 en visitas diplomáticas al extranjero en lugar de usar limusinas occidentales, marcando así un gesto de orgullo nacional sobre ruedas.

Junto al L5, Hongqi ha lanzado sedanes y SUV modernos (series H y HS) con todo el lujo tecnológico: asistentes de conducción, interiores de cuero y pantallas panorámicas, pero manteniendo señas de identidad chinas. Su característica parrilla vertical denominada “cascada majestuosa” recuerda a una cortina de agua (imagen asociada a la prosperidad), y muchos modelos llevan un fino adorno rojo atravesando el capó simbolizando la bandera. En publicidad, Hongqi apela sin tapujos al patriotismo: sus coches “cargan con la profunda historia de la industria automotriz de China” y representan la grandeza oriental unida a la innovación global. Este discurso cala en un segmento de consumidores locales adinerados que ven en Hongqi una alternativa digna frente a los Audi o BMW que antes dominaban las caravanas oficiales. Las ventas domésticas de Hongqi han subido exponencialmente desde su relanzamiento (alcanzando decenas de miles de unidades anuales), y la marca ha empezado su expansión internacional, abriendo concesionarios en Oriente Medio, Europa e incluso México. Compite ofreciendo un lujo “diferente”: donde Mercedes vende ingeniería alemana y heritage europeo, Hongqi vende estatus patriótico y exclusividad cultural.

Además de Hongqi, han surgido nuevas marcas chinas de automóviles premium que, si bien no siempre exhiben motivos tradicionales, sí aprovechan el orgullo tecnológico nacional. Por ejemplo, NIO, Xpeng o Li Auto son fabricantes de vehículos eléctricos inteligentes de gama alta, a menudo llamados los “Tesla chinos”. Aunque sus diseños son futuristas y globales, el simple hecho de ser productos punteros made in China les da un halo de orgullo local. NIO, en particular, ha cultivado una comunidad fiel mediante sus lujosos NIO Houses (clubes para propietarios con té chino, biblioteca y espacios de networking) creando un estilo de vida de marca muy ligado a la cultura social china de comunidad. Sus SUV eléctricos compiten ya en Europa, y modelos como el NIO ET7 sedan pretenden robar clientes a BMW con acabados premium y detalles pensados para gustos chinos (pongamos, un difusor de aroma incorporado en cabina para aromaterapia al estilo oriental). Otros fabricantes como Great Wall (marca WEY) han lanzado SUVs de lujo con nombres y campañas alusivas a la historia china (el WEY Tank 300 tuvo una edición limitada “CiberPunk” inspirada en la estética de los guerreros de terracota). Si bien en la ingeniería siguen recortando distancias con Occidente, en mercadotecnia estos recién llegados destacan su esencia china como valor añadido: ya sea a través de un nombre con significado (por ej., “Weilai” en chino para NIO, que significa “el futuro llega”), o mediante colaboraciones culturales (un concepto car de Hongqi se inspiró en elementos de la arquitectura china clásica, con detalles interiores en forma de pagoda).

En definitiva, en los garajes de lujo de China hoy no solo rugen motores europeos. La bandera roja ondea orgullosa también sobre el capó de coches nacionales. La recepción local es entusiasta –Hongqi recibió más de 5,000 reservas de su SUV eléctrico E-HS9 en Noruega, indicando interés extranjero–, aunque queda camino por recorrer en reputación global. Aún así, el mensaje es claro: desde la carretera de circunvalación de Pekín hasta las avenidas de Dubai, los autos de lujo chinos quieren ser vistos como símbolos de un país que combina tradición y modernidad en cada kilómetro.

Relojería de lujo: tiempo e historia en la muñeca

El sector de la relojería es quizá uno de los últimos bastiones donde Occidente (especialmente Suiza) mantiene su aura indiscutida. Sin embargo, relojeros chinos están emergiendo como competidores serios al combinar herencia cultural, artesanía refinada e innovación técnica en sus piezas. Aunque las marcas chinas de relojes de lujo son menos conocidas internacionalmente, están labrando un nicho valiéndose de la inmensa riqueza artística del país para diseñar guardatiempos únicos.

Un ejemplo fascinante es la manufactura Beijing Watch Factory, fundada en 1958. Durante años produjo relojes asequibles, pero en la última década ha lanzado ediciones limitadas de alta gama que exhiben motivos culturales: esferas decoradas con cloisonné (esmalte) que pintan escenas clásicas chinas, relojes tourbillon cuyos puentes forman siluetas de dragón y fénix, o modelos con las 12 figuras del zodiaco chino grabadas en relieve. Estos relojes, con precios de miles de euros, buscan atraer a coleccionistas chinos que tradicionalmente compraban Piaget o Jaeger-LeCoultre, demostrando que la alta relojería también puede hablar chino. En 2020, Beijing Watch ganó el reconocimiento de la prensa especializada al presentar un tourbillon de doble eje inspirado en el astrario de Su Song (un reloj astronómico medieval chino), fusionando historia e ingeniería moderna.

Otra marca notable es FIYTA, con sede en Shenzhen, que adquirió renombre al proveer relojes a los astronautas chinos en las misiones espaciales Shenzhou. FIYTA ha capitalizado ese logro con una línea Extreme, pero también tiene colecciones muy ligadas a la cultura: por ejemplo, sacó un reloj en honor a la ciudad histórica de Dunhuang con una carátula que representa las Cuevas de Mogao y aguja en forma de pincel de caligrafía. Igualmente, su serie Mastercraft incorpora técnicas de artesanía tradicional –como tallado en jade para la esfera o incrustaciones de madreperla formando paisajes estilo shanshui (montaña y agua)–. Sea-Gull, la fábrica de Tianjin famosa por ser una de las mayores productoras de mecanismos a nivel mundial, también ascendió de fabricar relojes populares a modelos complicados (tourbillones, repetición de minutos) por una fracción del costo suizo, y varios de sus diseños rinden tributo a logros chinos (uno de sus relojes conmemorativos celebra el primer satélite chino Dong Fang Hong I).

Destaca especialmente una empresa joven llamada Celadon. Fundada en 2012 por un entusiasta de la relojería, Celadon se planteó la “misión sagrada” de crear los mejores relojes de lujo chinos, dignos de la etiqueta Made in China with Pride (Hecho en China con orgullo). Sus comunicados son casi un manifiesto: quieren “avanzar el estado de la relojería china” y diseñar piezas originales que encarnen los 5.000 años de cultura e historia del país. En la práctica, eso se traduce en relojes de edición muy limitada, ensamblados a mano con movimientos mejorados y acabados artísticos: por ejemplo, su modelo “Imperial” tiene números en fuente estilo sello antiguo y un fondo transparente que muestra grabados de un poema Tang en el rotor; otro modelo, “Yue Fei”, homenajea al célebre general Song incorporando su famosa cita patriótica micrograbada en la platina. Celadon no solo vende un guardatiempo, vende una narrativa histórica en la muñeca, acompañada de certificados que explican la relevancia cultural de cada símbolo usado. Y su objetivo declarado es elevar el prestigio de la relojería china hasta equipararlo con el de Suiza.

Los conocedores empiezan a prestar atención. En 2021, el relojero independiente CIGA Design ganó un premio en el Grand Prix d’Horlogerie de Genève (los “Oscar” de la relojería) por su modelo Blue Planet, un reloj con carátula tridimensional representando la Tierra que destacó por creatividad. Fue la primera vez que una marca china obtenía tal galardón, marcando un hito. Esto validó la idea de que, al combinar su patrimonio cultural con artesanía e innovación, los relojeros chinos pueden rivalizar con los suizos en originalidad. Claro está, aún enfrentan escepticismo en cuanto a la durabilidad y precisión a largo plazo frente a Patek Philippe o Rolex; pero los progresos son notables. Además, el mercado chino es enorme: una creciente clase media-alta quiere relojes mecánicos pero no necesariamente de Occidente, especialmente si puede presumir de uno local con significado profundo. La recepción local es favorable pero exigente –los clientes esperan calidad suiza a precio chino–, lo que obliga a estas marcas a invertir mucho en control de calidad y diseño.

En resumen, la relojería de lujo “made in China” está en marcha. Sus piezas ofrecen una mezcla única de arte chino y tecnología, que atrae a un público que va del patriota que quiere llevar su orgullo en la muñeca, al coleccionista global en busca de algo distinto a los clásicos europeos. Puede que tome tiempo ver un reloj chino codeándose en vitrina con un Breguet en la Place Vendôme, pero la semilla está plantada y abonada con 5.000 años de historia.

Cosméticos de lujo: belleza con raíces orientales

El mundo de la belleza y la cosmética de lujo en China también vive su revolución cultural. Durante mucho tiempo, las grandes marcas francesas, americanas o japonesas dominaron el neceser del consumidor chino adinerado. Pero en años recientes han despuntado marcas de C-Beauty (cosmética china) que compiten en calidad y a la vez resaltan la estética tradicional y los ingredientes autóctonos, ofreciendo una experiencia de belleza arraigada en la cultura local.

La marca más destacada es Florasis (花西子), originaria de Hangzhou. Fundada en 2017, Florasis rápidamente se hizo viral por sus productos que parecen obras de arte. Sus polvos compactos y labiales llevan grabados intrincados inspirados en motivos florales y folclóricos chinos: por ejemplo, relieves de peonías (la flor nacional) o patrones que imitan los bordados de las etnias minoritarias de Yunnan. Cada detalle habla de China –desde los empaques con poemas clásicos impresos, hasta la terminología de marketing que evoca antiguas rutinas de belleza imperial–. Pero Florasis combina esa tradición con alta tecnología cosmética: sus fórmulas incluyen extractos de hierbas de la medicina tradicional china (como el lirio o la peonía) junto a avanzados desarrollos en cuidado de la piel. La filosofía de la marca, como señala su equipo, es situarse en la intersección entre los rituales de belleza orientales ancestrales y la tecnología vanguardista. Un labial de Florasis no es solo un color, es una historia: puede incorporar esencia de bálsamo de Buda (ingrediente herbal calmante), estar tallado con la imagen de una diosa legendaria, y venir en una cajita estilo joyero de porcelana. El resultado es un producto que apela al glamour pero también a la nostalgia y el orgullo cultural.

Florasis ha sido agresiva en marketing digital, utilizando influencers, videos en vivo y redes sociales chinas (Douyin, Little Red Book) para mostrar la belleza de sus creaciones. Uno de sus lemas promocionales fue “Belleza de Oriente, compartida con el mundo”. De hecho, la marca ya mira al mercado global: ha enviado kits a youtubers occidentales fascinados con sus diseños, y abrió pop-ups en ciudades como Tokio y Osaka. En la imagen abajo se ve un ejemplo de su presencia internacional, con un stand en una tienda @cosme de Osaka lleno de decoración de inspiración nómada para su colección especial de Año Nuevo Lunar【53†】. El público japonés respondió con mucho interés, y Florasis planea desembarcar en Europa y EEUU con productos adaptados pero sin perder su esencia oriental. Este balance entre lo local (cultura) y lo global (innovación) ha hecho de Florasis una estrella: en 2021 sus ventas superaron a varias marcas internacionales durante las campañas online, demostrando que una marca de maquillaje china puede competir en la cima.

Florasis exhibiendo su estética cultural en un pop-up store de Osaka, Japón. La marca de cosméticos de lujo china atrae miradas globales al combinar tradición (decoración inspirada en la Ruta de la Seda, flor de loto en su logo) con una presentación moderna. La modelo en pantalla es embajadora de Florasis, reflejando cómo estas marcas usan figuras chinas para contar su historia al mundo

Junto a Florasis, existen otras marcas siguiendo caminos similares. Herborist (佰草集), lanzada en los años 90 por Shanghai Jahwa, fue pionera en mezclar principios de la herbolaria tradicional china con técnicas modernas de skincare. Sus líneas premium, como Tai Chi o Imperial, incorporan ingredientes como ginseng, té verde de Hangzhou o hongos lingzhi, presentados en elegantes tarros inspirados en frascos de farmacia antigua. Herborist incluso abrió tienda en París en 2008, introduciendo el concepto de spa chino a clientes europeos curiosos por la cosmética oriental. Aunque luego cerró esa tienda, su apuesta sentó precedente. Baiqueling (Pechoin), una marca histórica fundada en 1931, revitalizó su imagen en la última década posicionándose como retro-chic: rescató diseños art déco de Shanghái de los años 30 para sus envases y lanzó campañas con fotos al estilo de la “Old Shanghai”, logrando conquistar a la generación joven que aprecia lo vintage chino. El resultado: pasó de ser la crema de la abuela a un bestseller en plataformas digitales, compitiendo con Lancôme.

Otra estrategia exitosa han sido las colaboraciones culturales. Varias marcas de belleza chinas se han aliado con museos y entidades culturales para ediciones limitadas. Por ejemplo, la Palace Museum (el Museo del Palacio, sede de la Ciudad Prohibida) autorizó líneas de maquillaje inspiradas en tesoros imperiales: sombras de ojos con tonos y nombres alusivos a la porcelana Ming, labiales en tubos decorados con dragones y fénix imperiales. Marcas como Perfect Diary (una firma de precio medio pero muy popular) lanzaron paletas de sombras en colaboración con el Museo del Palacio, incorporando colores de pinturas clásicas y empaques con motivos de colección. Esta unión de brand y cultura resultó explosiva: la primera tirada se agotó en minutos online. Del mismo modo, Chando (otra marca de skincare) sacó una edición con motivos de ópera de Pekín, y ZEESEA trabajó con el Museo Británico en una colección mitad egipcia, mitad china, mostrando la versatilidad de la cosmética para contar historias artísticas. Más allá del merchandising, estas iniciativas educan al consumidor sobre cultura –incluyen pequeñas guías sobre la historia detrás del diseño– y refuerzan la idea de que usar estos productos es también celebrar el patrimonio propio.

La recepción del público ha sido entusiasta en China: muchos consumidores expresan en redes que se sienten conectados con su cultura al usar, por ejemplo, un labial con la flor nacional o una crema basada en una fórmula antigua. Además, hay un componente de orgullo patriótico: tras incidentes geopolíticos, se viralizaron campañas para apoyar marcas locales (como ocurrió con Huawei en tecnología, también en belleza hubo llamados a comprar C-beauty). En el mercado internacional, estas marcas todavía son nicho, pero están despertando curiosidad por su exotismo sofisticado. Un reto para ellas será mantener la autenticidad cultural sin caer en lo caricaturesco para ojos extranjeros, y a la vez cumplir los altos estándares de calidad que exige el segmento de lujo mundial. No obstante, con la combinación de ciencia moderna y sabiduría ancestral bien ejecutada, las marcas chinas de cosméticos están logrando posicionarse como alternativas serias frente a La Mer, Estée Lauder o SK-II, especialmente entre consumidores más jóvenes que buscan algo nuevo y significativo en sus rituales de belleza.

Tecnología de élite: innovación con toque imperial

En el sector tecnológico, China ya es una superpotencia en innovación, pero tradicionalmente sus productos de electrónica de consumo no se asociaban con lujo o diseño cultural. Eso está cambiando con el surgimiento de dispositivos y gadgets premium chinos que incorporan orgullosamente elementos culturales en su diseño y narrativa. Desde smartphones de alta gama hasta gadgets lifestyle, la tecnología made in China también puede llevar un pedazo de la Ciudad Prohibida o la Ópera de Pekín integrados.

El ejemplo más llamativo son los teléfonos móviles de lujo de la marca 8848 (número que alude a la altitud del Everest). Esta compañía, apuntando a un nicho ultra-premium, lanzó en 2016 un smartphone titulado Palace Edition en colaboración con el Museo del Palacio (Palace Museum) de Beijing. La idea era: “Si un emperador chino tuviera un teléfono, ¿cómo sería?”. El resultado: un dispositivo hecho con titanio, cuero y oro de 18 quilates, decorado con un grabado de dragón imperial en el reverso. El diseño estuvo a cargo del renombrado artista Lawrence Xu, famoso por fusionar moda contemporánea con elementos de trajes tradicionales. Este teléfono edición limitada integró múltiples guiños culturales: venía precargado con fondos de pantalla de patrones auspiciosos de la Ciudad Prohibida, tonos de llamada basados en música cortesana y hasta las 24 estaciones solares del calendario tradicional como parte de la interfaz. Por casi 20.000 yuanes (unos 2.900 dólares), se comercializó no solo como un gadget, sino como una pieza de cultura portátil, exclusiva para quienes quisieran “sentirse emperadores modernos”. La colaboración buscaba “difundir la cultura tradicional china de forma diversa”, y desde luego generó titulares y curiosidad en redes. Aunque es un producto nicho, estableció un precedente en cuanto a que un dispositivo electrónico chino puede aspirar a status-symbol combinando artesanía y historia local.

Siguiendo esa estela, algunos de los principales fabricantes han lanzado ediciones especiales con sabor cultural para atraer a su base doméstica. Xiaomi, por ejemplo, presentó en 2018 el Mi MIX 3 Edición Ciudad Prohibida, un smartphone en color azul cobalto con ornamentaciones doradas que incluía un grabado de un animal mítico chino (Xiezhi) y venía empaquetado con una figura de bronce inspirada en las que adornan los tejados imperiales. Esta edición limitada, con 10GB de RAM y detalles premium, se agotó rápidamente y fue comentada como una fusión de alta tecnología con alto orgullo cultural. Huawei también ha aprovechado festividades chinas para sacar versiones de lujo: varios de sus modelos flagship cuentan con ediciones Año Nuevo Chino, en color rojo auspicioso y a veces con motivos como el signo zodiacal del año grabado o fondos de pantalla especiales. Incluso marcas orientadas al gaming como OPPO han coqueteado con lo cultural: una edición del OPPO Find X3 se inspiró en la cerámica Ru Kiln de la dinastía Song para su acabado de color. Aunque en estos casos el elemento cultural es más sutil (colores, texturas, packaging) y pensado principalmente para el mercado interno, demuestran cómo la tecnología de consumo china adopta símbolos culturales para diferenciarse y generar conexión emocional con su audiencia local.

Por otro lado, el caso de Huawei merece mención especial respecto al orgullo nacional. Tras las sanciones internacionales de 2019-2020, la marca viró su narrativa publicitaria enfatizando la autosuficiencia china en tecnología (chips Kirin propios, sistema operativo HarmonyOS) y envuelta en un aura patriótica. El lanzamiento del teléfono Huawei Mate 60 Pro en 2023, equipado con un chip 5G desarrollado domésticamente sorteando restricciones, causó furor: consumidores hicieron largas filas para comprarlo, viéndolo casi como un triunfo nacional en sus manos. Si bien esto es más nacionalismo tecnológico que referencia cultural en diseño, refuerza la idea de que los productos tech chinos de alta gama se han convertido en símbolos de orgullo. Un eslogan no oficial circulaba en Weibo: “comprar un Huawei es tan patriótico como izar la bandera”. Huawei capitalizó esa imagen patriótica en su marketing interno, presentándose como estandarte de la innovación china.

En otros ámbitos tecnológicos de lujo o estilo de vida encontramos dispositivos de alta fidelidad, cámaras y hasta vehículos de movilidad personal con toque chino. Por ejemplo, la marca de drones DJI, líder mundial nacida en Shenzhen, lanzó ediciones con carcasa en color rojo conmemorando festivales nacionales, y aunque sus productos son globales, en eventos enfatizan que son una empresa de tecnología china puntera en el mundo. Segway-Ninebot (fabricante de patinetes eléctricos de gama alta, de propiedad china) sacó una edición decorada con grafitis del zodiaco chino para un modelo, apelando a jóvenes. Y en el hogar inteligente, firmas como XiaoMi o HiSense han incorporado en sus interfaces temáticas culturales durante celebraciones (p. ej., una skin de interface de televisor con animaciones del Festival de Medio Otoño).

La recepción del mercado a esta tendencia tech-cultural ha sido variada. Dentro de China, muchos consumidores valoran estos guiños: sienten que personalizan el producto y les da un sentido de pertenencia cultural. Afuera, algunos los perciben como curiosidades extravagantes (el teléfono 8848 con dragón de oro fue objeto de asombro y algo de escepticismo en blogs tecnológicos occidentales, que lo comparaban con los Vertu británicos). No todas las iniciativas han sido éxitos; por ejemplo, cuando ZTE lanzó hace años un smartphone temático del Shaolin (sí, como el templo de kung-fu, venía con apps de meditación), pasó bastante inadvertido. La clave parece ser el equilibrio: los elementos culturales deben sumar valor estético o narrativo sin restar funcionalidad ni sofisticación. Cuando se logra esa armonía –como en la edición Forbidden City de Xiaomi o los móviles 8848– el resultado es un producto verdaderamente único que Occidente difícilmente puede replicar, porque solo China posee ese acervo cultural para inspirar tecnología de lujo con identidad local.

Estilo de vida y otros sectores: del licor imperial a la joyería mitológica

El ámbito del lujo lifestyle abarca muchos otros sectores donde las marcas chinas están emergiendo con propuestas culturalmente distintivas. Tomemos por ejemplo la joyería de alta gama. Tradicionalmente, los consumidores chinos adinerados compraban oro y jade (materiales muy valorados en su cultura) pero a menudo a través de joyeros occidentales o grandes cadenas locales sin mucha diferenciación de diseño. Esto cambió con la llegada de casas de joyería boutique chinas que convierten símbolos culturales en piezas de lujo contemporáneo.

La marca Qeelin es un caso paradigmático. Fundada en 2004 por el diseñador Dennis Chan, Qeelin se inspira abiertamente en la mitología y supersticiones chinas. De hecho, su nombre proviene del qilin (麒麟), una criatura legendaria china asociada a la buena fortuna. Muchas de sus colecciones giran en torno a iconos culturales: la línea “Wulu” toma la silueta de la calabaza de la suerte (una calabaza gorda que en chino simboliza prosperidad) y la convierte en colgantes de diamantes; la colección “Yu Yi” se basa en los antiguos candados de longevidad que se colgaban a los niños, reinterpretados en oro blanco y gemas; su serie “Dragon & Phoenix” celebra esta pareja de símbolos imperiales en pendientes y broches elaborados. Qeelin logra una fusión juguetona entre simbolismo oriental y modernidad occidental, con piezas delicadas aptas para uso diario pero cargadas de significado emocional. Este enfoque atrajo tanta atención que el gigante francés Kering (dueño de Gucci y Boucheron) adquirió Qeelin en 2013, llevándola de Hong Kong a boutiques en París, Nueva York, etc.. Hoy, Qeelin goza de éxito entre clientela internacional que aprecia su estilo refinado y exótico a la vez –por ejemplo, varias celebridades asiáticas en Hollywood han lucido sus joyas con forma de panda o león de la ciudad prohibida en alfombras rojas.

China tiene también enormes cadenas joyeras como Chow Tai Fook, que domina el mercado del oro (con miles de tiendas). En los últimos años, incluso estas firmas tradicionales han lanzado colecciones culturales premium. Chow Tai Fook presentó una línea de alta joyería llamada “Reflections of Siheyuan” inspirada en la arquitectura de los patios pekineses, usando jadeíta y esmeraldas en diseños modulares que evocaban techos y puertas antiguas. Otra colección reimaginó piezas del ajuar de una princesa Qing. Asimismo, diseñadores independientes como Wallace Chan (famoso por sus técnicas innovadoras de tallado de titanio y porcenala jade) o Anna Hu han ganado renombre global creando piezas únicas que combinan gemas excepcionales con estética china (flores de ciruelo, mariposas, etc.). El mensaje es claro: la joyería china ya no es solo lingotes de oro de 24k con forma de dragón kitsch para regalo de año nuevo, ahora es alta joyería con diseño sofisticado y alma china, compitiendo en subastas de Christie’s y exposiciones internacionales de lujo.

Pasando a otro ámbito, el mundo del vino y destilados de lujo en China también merece atención, particularmente con el licor nacional: el baijiu. Durante siglos, el baijiu (un aguardiente fuerte típicamente destilado de sorgo) fue un producto local sin proyección internacional, pero marcas como Kweichow Moutai han roto esquemas convirtiéndolo en un objeto de deseo global. Moutai es conocido como el “licor nacional de China” y está profundamente arraigado en la tradición y el prestigio del país. Se elabora en la localidad de Maotai (Guizhou) siguiendo procesos heredados de hace más de 2.000 años, involucrando fermentaciones múltiples en tinajas de barro y envejecimientos prolongados. Más allá de su sabor único (conocido como “aroma a salsa”), Moutai se ha erigido en símbolo cultural y patriótico: fue el brindis de los líderes comunistas para celebrar la fundación de la República Popular, y se sirvió en el histórico banquete entre Mao y Nixon en 1972 como gesto diplomático. Cada botella lleva no solo licor sino la esencia del terroir, la historia y la cultura china, siendo sinónimo de estatus y tradición. Su logotipo, con una estrella roja (por el Partido Comunista) y olas azules (por el río Chishui clave en su producción), refleja su vínculo con la identidad de China.

En la última década, Moutai se ha transformado también en un producto de lujo codiciado: es la bebida espirituosa más valorada del mundo por capitalización bursátil, y sus ediciones añejas o conmemorativas se subastan a precios astronómicos. Por ejemplo, una edición “Hong Kong Handover” de 1997 se subastó por decenas de miles de dólares. Moutai encarna el concepto de lujo cultural: su exclusividad viene no de un márketing de glamour cosmopolita, sino de su escasez, historia y posición en la cultura china. Se dice que ha trascendido ser una bebida para convertirse en un símbolo de orgullo, cultura y diplomacia china. En la esfera global, Moutai está siendo promocionado como “el cognac de Oriente”, abriendo salas de degustación en aeropuertos internacionales y apareciendo en cartas de bares gourmet, educando a los paladares extranjeros sobre este elixir asiático. A su zaga, otras destilerías chinas de baijiu como Wuliangye o Luzhou Laojiao también han lanzado variantes ultrapremium presentadas en lujosos decantadores de porcelana fina con motivos chinos, claramente destinadas a regalos oficiales y coleccionistas, compitiendo con whiskies de malta y coñacs XO en la categoría de prestige spirits. Incluso LVMH (Louis Vuitton Moët Hennessy) invirtió en una destilería boutique en Sichuan llamada Wenjun, sacando un baijiu premium de $150 la botella, señal de que Occidente ve potencial en el lujo etílico chino.

Otros elementos del estilo de vida de lujo con sello chino incluyen desde hasta hoteles. El té de alta gama ha renacido con marcas ofreciendo cosechas excepcionales (como el té Da Hong Pao de Wuyishan, tan raro que se vende al gramo como si fuera oro) y presentaciones ceremoniales. Un ejemplo es ZHEN Tea, que comercializa té oolong premium en envases lacados con motivos de la dinastía Song y organiza catas culturales para un público internacional selecto. En hospitalidad, cadenas chinas como BTG Homeinns han creado hoteles boutique de lujo integrando patrimonio local: el Hotel Pingyao (Shanxi) restauró una casa de banqueros Qing manteniendo su patio y decoración original, danto a los huéspedes la experiencia de “vivir en la historia” pero con comodidades modernas 5 estrellas. Si bien las cadenas internacionales dominan el segmento, hay proyectos emblemáticos en China como el Aman Summer Palace Beijing (que colinda con el antiguo palacio de verano, usando edificios históricos) o el Amanyangyun Shanghái (que reubicó villas centenarias de la dinastía Ming piedra por piedra dentro de un resort de superlujo). Esto demuestra cómo el lujo en China pasa también por revalorizar sus espacios y tradiciones arquitectónicas.

Para el público local, estas manifestaciones de lujo con sabor propio son motivo de orgullo y fascinación. Y para los extranjeros, resultan propuestas frescas y auténticas en un mercado del lujo que a veces peca de homogeneidad global. Por supuesto, no todo está ganado: las marcas de lujo chinas enfrentan retos, desde sacudir la percepción de “made in China” como masivo o inferior (un estigma que poco a poco están rompiendo) hasta asegurar una distribución y servicio posventa a la altura de los estándares internacionales. Sin embargo, su avance es innegable.

Conclusión: cuando la tradición se convierte en ventaja competitiva

En conjunto, la oleada de marcas de lujo chinas orgullosas de su identidad evidencia una cambio de paradigma: el lujo ya no es monopolio de París, Milán o Nueva York. China, con su milenaria herencia, está reclamando un asiento en la mesa de la alta gama mundial aportando una propuesta diferenciada. Estas marcas han aprendido a transformar la tradición en ventaja competitiva, incorporando elementos culturales de forma genuina y sofisticada: un bolso con bordado Suzhou compite con uno monogramado de Louis Vuitton; un súper auto Hongqi con detalles de laca compite con un Bentley; una crema con fórmula herbal Qing dinastía compite con la última de La Prairie.

Para los consumidores chinos, apoyar estas marcas se ha vuelto casi un acto de afirmación cultural, como reflejan comentarios de clientes que expresan orgullo al usar productos donde lo chino es sinónimo de lujo. Y en el mercado internacional, la recepción pasa de la curiosidad inicial a la apreciación, especialmente a medida que mejoran en calidad y storytelling. Occidente comienza a tomar nota: ya sea invirtiendo en estas empresas o lanzando ellos mismos colecciones inspiradas en China para seducir a su público (basta ver la cantidad de diseños capsule con dragones o lunas que marcas europeas sacan cada Año Nuevo chino, reflejando la influencia cultural inversa).

En palabras de un artículo especializado, las marcas chinas están ganando terreno local y global al mezclar patrimonio cultural, artesanía artística e innovación. Es un camino desafiante –requiere equilibrar modernidad con tradición, y patriotismo con atractivo universal–, pero los casos analizados demuestran que el lujo con alma china ha pasado de aspiración a realidad. La próxima vez que veamos un labial con grabados exquisitos, un vestido de alta costura con dragones imperiales o un coche con nombre poético en mandarín, ya no pensaremos en “imitaciones” o “exotismos”, sino en la evolución natural de un mercado de lujo más diverso y rico culturalmente.

En definitiva, China no solo aporta compradores al lujo global; ahora aporta marcas propias que compiten y brillan. Y lo hacen a su manera, enarbolando su bandera (roja) con diseños, sabores y relatos únicos. Como reza un dicho chino, “deja que cien flores florezcan” – en el jardín del lujo internacional, las flores del pruno y la peonía (símbolos de China) están floreciendo con fuerza, añadiendo colorido y orgullo oriental al panorama de la alta gama. El resultado es un lujo más plural, donde Oriente y Occidente compiten pero también se enriquecen mutuamente. Y quizás el mayor beneficiado sea el consumidor global, que dispone de más opciones para expresar su estilo e identidad a través de productos excepcionales con historia detrás. Como aquellos clientes de Shang Xia que exclamaban emocionados, muchos pueden ahora decir: “¡Nos sentimos orgullosos de este lujo con sabor a China!” – y con razón

 

 


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