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Lujo “Made in China”: el gran escándalo del sector

Lujo “Made in China”: el gran escándalo del sector

Un bolso con la etiqueta “Hecho en Italia” exhibido en una boutique exclusiva puede haber nacido a miles de kilómetros de Europa. Hoy sabemos que algunas de las marcas de lujo más prestigiosas del mundo fabrican gran parte de sus productos en China u otros países asiáticos, para luego etiquetarlos como europeos y venderlos a precios exorbitantes. Este reportaje de investigación explora los casos recientes que destaparon esta práctica, los métodos que la industria utiliza para ocultarla, el marco legal que lo permite, las reacciones que ha provocado y las implicaciones éticas que ponen en jaque el verdadero significado del lujo.

Marcas de lujo expuestas: casos recientes

En los últimos días, las redes sociales –especialmente TikTok– se han llenado de revelaciones sorprendentes sobre el verdadero origen de productos de lujo. Usuarios identificados como fabricantes chinos han mostrado fábricas y procesos de producción, afirmando que muchos artículos “premium” con sello europeo en realidad se confeccionan en China​. En un video viral, un empresario chino incluso asegura que “alrededor del 80% de los bolsos de lujo se hacen en China, aunque la etiqueta diga lo contrario”. Según este fabricante, durante más de 30 años su fábrica OEM ha producido para grandes marcas como Gucci, Prada o Louis Vuitton, elaborando bolsos “con precisión” mientras las casas occidentales se llevan la mayor parte de las ganancias​. “El 90% del precio que se paga es por el logotipo”, sentencia otro productor al comparar un exclusivo bolso Hermès Birkin de $20.000 dólares con su costo real de fabricación de apenas $1.400.

Estos “soplones” digitales han proporcionado ejemplos concretos. Un joven mostró que la fábrica china Sitoy Handbag sería proveedora de Prada, Coach y otras marcas (lujo “asequible”), donde un bolso que en tiendas cuesta más de 500 dólares puede adquirirse por $50-$100 en el origen​. Otro video detalló cómo leggings deportivos de Lululemon (marca de alto precio, aunque no lujo tradicional) que se venden a $100 dólares se producen en las mismas plantas chinas que fabrican prendas de marcas masivas, con un costo unitario de apenas $5-$. La reacción fue inmediata: “¿Y tú pagando 1,500 por ese bolso?”, tituló un medio al resumir la indignación de compradores que se sienten estafados​. Muchos consumidores expresaron shock al descubrir que el bolso orgullosamente lucido como símbolo de estatus (Chanel, Louis Vuitton, Gucci…) quizá “tuvo un costo de producción de unos 100 dólares o menos”, pese a venderse por miles.

No se trata solo de rumores en redes. Investigaciones periodísticas y judiciales en Europa han corroborado que esta práctica existe. En 2024, la Fiscalía de Milán destapó una red de subcontratas ilegales vinculadas a Dior y Armani que producía bolsos de lujo en condiciones de explotación​. Un proveedor de propiedad china fabricaba modelos de bolsos Dior por apenas 53 euros la pieza, que Dior luego vendía en tienda por 2.600 euros De forma similar, subcontratas pagaban a costureros 2 o 3 euros la hora por jornadas de 10-15 horas, para producir bolsos que se vendían al intermediario de Armani por 93 euros y terminaban en boutiques a 1.800 euros​. Los talleres involucrados –ubicados no en Asia, sino en las afueras de Milán– mantenían a trabajadores (en su mayoría migrantes chinos) viviendo y durmiendo en las propias instalaciones para coser día y noche, incluso festivos, con tal de cumplir la demanda​. Las autoridades italianas calificaron esta situación como “un método de fabricación generalizado y consolidado” en el sector lujo para abaratar costes a toda costa. En otras palabras, incluso dentro de Europa se replicó el esquema de producción oculta: mano de obra barata, condiciones precarias y un abismo entre el costo real y el precio de venta.

La fabricación oculta: subcontratación y métodos encubiertos

Si un producto se hace en Asia, ¿cómo consigue lucir legalmente la etiqueta “Hecho en Europa”? La respuesta está en las complejas cadenas de subcontratación que las marcas de lujo han perfeccionado para ocultar el verdadero origen de sus artículos. A grandes rasgos, así es como funciona el truco de magia industrial:

  • Producción offshore masiva: La mayor parte del proceso (corte de materiales, confección y armado) ocurre en fábricas asiáticas de bajo coste, principalmente en China. Estas plantas trabajan para múltiples marcas globales simultáneamente, aprovechando economías de escala y mano de obra barata. Grandes fabricantes OEM en China operan discretamente como proveedores fantasma de casas europeas, sin que su nombre trascienda al público​.

  • Acabado y ensamblaje final en Europa: Los productos salen casi terminados de Asia y se envían a talleres en Italia, Francia u otros países europeos para darles los toques finales. Puede tratarse de añadir herrajes metálicos, coser una parte del forro, colocar la etiqueta o simplemente empaquetar la pieza​. Al realizar esta última fase en territorio europeo, la marca puede ahora estampar legalmente “Made in Italy” o “Made in France” en el artículo, a pesar de que el 90% de su manufactura se efectuó fuera. Una exempleada lo resume crudamente: en algunos casos, “lo único italiano puede ser la caja o la costura final” del producto​.

  • Laguna legal en el etiquetado de origen: Este proceder explota una brecha en las normas comerciales internacionales. De acuerdo con la Organización Mundial del Comercio (OMC) y la Unión Europea, el país de origen de un bien se determina por dónde ocurrió su “última transformación sustancial”​. En la práctica, esto significa que aunque el 80-90% de la mano de obra y componentes provengan de China, basta con realizar el último paso significativo de fabricación en Europa para que el producto sea considerado europeo de cara a la etiqueta​. No se está violando la ley –ese etiquetado es técnicamente permitido–, pero sí eludiendo su espíritu, al punto que Hecho en Italia puede significar “ensamblado en Italia de piezas hechas en China”.

  • Secreto contractual y NDAs: Las grandes marcas suelen blindar estos arreglos mediante acuerdos de confidencialidad estrictos con sus proveedores. Las fábricas asiáticas operan en la sombra, obligadas por contrato a no revelar para quién producen. Por eso, rara vez veremos a un Louis Vuitton o Gucci admitir públicamente qué porcentaje de sus colecciones proviene de Asia. Esta opacidad deliberada mantiene la fachada de las “artesanías europeas” intacta ante los ojos del comprador.

En resumen, la industria ha tejido una red global donde el diseño y el marketing están en París o Milán, pero las costuras están en Guangzhou o Shenzhen, aunque el cliente jamás lo note en la etiqueta. “Diseñado en Francia, hecho en China y terminado en Italia” bien podría ser la verdadera ficha técnica de muchos bienes de lujo contemporáneos.

Etiquetas bajo la lupa: el marco legal y cómo se elude

El caso expuesto plantea una pregunta incómoda: ¿Es legal vender como “Hecho en Europa” algo fabricado mayormente en Asia? La respuesta, hasta cierto punto, es sí. Como vimos, las normativas comerciales internacionales (OMC) y europeas permiten definir el origen de un producto por su última transformación importante. Así, un bolso cosido en China pero cuya asa se fija en Italia puede llevar legítimamente la etiqueta “Made in Italy”​. Esta regla nació para facilitar el comercio global, pero las marcas la han convertido en una laguna legal para maquillar sus cadenas de suministro.

En la Unión Europea, el etiquetado del país de origen en productos no alimentarios no siempre es obligatorio, pero si la empresa decide indicarlo (y en lujo es clave para la imagen), debe atenerse a la definición de origen mencionada. No es un fraude en el sentido estricto, porque cumplen la letra de la ley: efectivamente algo del proceso ocurrió en el país que figura en la etiqueta. Sin embargo, muchos califican esta práctica de engaño al consumidor, ya que induce a creer que todo el proceso artesanal tuvo lugar allí. Organizaciones de consumidores argumentan que “Hecho en Italia” se ha vuelto un término ambiguo, usado como herramienta de marketing más que como información veraz.

Las autoridades comienzan a tomar nota. En Italia –país celoso de la denominación Made in Italy–, el Poder Judicial ha propuesto reforzar los controles sobre proveedores y talleres locales tras descubrirse los casos de explotación vinculados a Dior y Armani​. El Tribunal de Milán sugirió un código de buenas prácticas para que las marcas auditen con mayor rigor a sus subcontratistas y aseguren el cumplimiento de leyes laborales​. Si bien estas directrices no son aún vinculantes, representan un llamado de atención para toda la industria. “Hemos notado que las empresas no invierten lo suficiente en sistemas de control… Simplemente aprovechan precios ultrabajos para maximizar ganancias”, explicó Fabio Roia, presidente del Tribunal milanés​. En su investigación, Roia encontró bolsos de lujo ofrecidos a precios tan bajos por proveedores clandestinos que “deberían haber hecho sonar las alarmas” sobre su procedencia​.

Fuera de Italia, se plantea si haría falta mayor transparencia obligatoria en el etiquetado. Por ejemplo, requerir que las etiquetas reflejen todos los países involucrados (“Fabricado en China y finalizado en Italia”), o al menos un porcentaje de contenido nacional. Algunas marcas de alta gama ya voluntariamente detallan “Hecho en Italia con materiales importados” en ciertas piezas, pero son excepciones. De momento, el marco legal global ofrece suficiente resquicio para que el negocio siga tal cual. La carga recae entonces en la vigilancia y presión pública: cuanto más informados estén los consumidores, más difícil será sostener las etiquetas engañosas sin consecuencias.

Reacciones de consumidores, medios y expertos

Las revelaciones sobre el lujo “Made in China” han provocado reacciones fuertes y divididas. Muchos consumidores expresan indignación y sentimiento de engaño. “Me vendieron ilusión por artesanía europea y resultó ser producción en masa china”, lamentan en redes sociales. Historias personales se viralizaron: clientes que al inspeccionar minuciosamente sus artículos caros encontraron etiquetas ocultas de Made in PRC (China), o que tras conocer estos informes juran no volver a comprar lujo tradicional si no les garantizan la procedencia. La conversación ha calado especialmente entre compradores jóvenes (millennials y Gen Z), más acostumbrados a escudriñar la ética detrás de las marcas. Encuestas informales muestran que un gran porcentaje exige transparencia y considera que pagar tanto dinero solo se justifica si el producto es realmente especial en su confección, no si viene de la misma fábrica que abastece a marcas masivas.

La prensa internacional tampoco ha dejado pasar la noticia. Medios en distintos países han publicado investigaciones, combinando las denuncias de TikTok con verificaciones independientes. Por ejemplo, The Independent de Reino Unido y France 24 analizaron estos videos virales: consultaron a expertos del sector y concluyeron que algunas afirmaciones podrían estar exageradas, e incluso advirtieron que ciertos videos sirven para promocionar imitaciones no autorizadas aprovechando la polémica​. Es decir, no todo lo que brilla es oro en TikTok: junto a verdades incómodas, hay oportunistas (posiblemente fábricas no oficiales o de falsificaciones) que divulgan información sesgada para vender sus propios productos. No obstante, incluso con esta cautela, quedó en evidencia que la práctica de deslocalizar producción de lujo es real –lo confirman las indagaciones judiciales y reportajes citados–, solo que las proporciones exactas varían según la marca.

Los especialistas en moda y lujo han aportado contexto a este debate. Muchos señalan que producir externamente no equivale necesariamente a mala calidad: los fabricantes asiáticos destacados tienen equipamiento y habilidades para hacer productos excelentes si la marca así lo exige. De hecho, algunos ejecutivos de lujo reconocen off the record que “China puede fabricar lujo igual o mejor que Europa, simplemente sin la mística del nombre”. Desde China, algunos proveedores reivindican con orgullo su trabajo: “Sí, lo fabricamos nosotros, y es de calidad. China no solo produce barato, también produce lujo… solo que sin el logo europeo”, proclamaron en redes tras destaparse la polémica​.

Por otra parte, analistas financieros apuntan que las casas de moda llevan años trasladando producción a países más económicos para proteger sus márgenes de ganancia, sobre todo desde la crisis de 2008. Pero no lo publicitan por temor a dañar su aura de exclusividad. “Es el secreto peor guardado del sector”, comenta irónicamente un exdirectivo: todos lo hacen, pero ninguno lo dice. Esto explica por qué la reacción inicial de las marcas ante el escándalo fue de silencio o negación. Ninguna casa importante emitió comunicados extensos al respecto. LVMH (propietaria de Louis Vuitton, Dior, Fendi, etc.) declinó comentar las acusaciones concretas​, mientras que Prada, Gucci y otras han preferido enfatizar la calidad de sus materiales y controles, sin entrar en dónde cosen cada artículo. Armani, tras su caso en Italia, declaró escuetamente que “siempre busca minimizar abusos en su cadena de suministro”​ y que cooperará con las autoridades. En general, las marcas se escudan en que mantienen estándares uniformes sin importar el país de fabricación –argumentando que un bolso hecho en China por encargo suyo puede ser tan bueno como uno hecho en Florencia–, pero evitan confirmar cifras o ubicaciones precisas.

Una figura destacada en exponer la realidad de los costos ha sido Tanner Leatherstein, un experto en cuero que se ha vuelto popular por desarmar artículos de lujo en sus videos. Leatherstein toma bolsos de marcas prestigiosas, los desmonta pieza por pieza y calcula su costo real de producción. Sus hallazgos son reveladores: “Mi estimación del costo de la piel es 100 dólares. Para accesorios y ensamblaje, otros $160. En total, no debería costar más de $260 hacer un bolso así”, dice sobre el clásico Louis Vuitton Neverfull, por el que él pagó más de $2.700​. Concluye que, en efecto, gran parte del precio corresponde a intangibles como la marca, la distribución y la exclusividad, más que a materiales o mano de obra. Su frase “pagas por el estatus, no por el objeto” resuena entre seguidores que ahora cuestionan si vale la pena invertir en estos productos. Leatherstein también compara ese costo estimado de $260 con el de un bolso de una marca independiente sin logo de estatus, y calcula que uno similar podría costar $600-$700 –aún menos de la tercera parte del LV–. Este tipo de análisis ha llevado a muchos a cuestionar los márgenes de beneficio de las marcas de lujo y a preguntarse: ¿qué estoy pagando realmente cuando compro lujo?

En resumen, las reacciones abarcan desde la indignación y sentimiento de engaño de consumidores, pasando por el escrutinio mediático y de expertos que añaden matices (calidad, falsificaciones, contexto histórico), hasta una incipiente autocrítica en la industria que ha preferido guardar silencio mientras calibra el daño reputacional. Lo cierto es que el tema ha escalado lo suficiente como para que el lujo enfrente una pequeña crisis de confianza.

Implicaciones éticas: el concepto de lujo en entredicho

Todo este escándalo desata una reflexión más profunda: ¿Qué significa “lujo” cuando las condiciones de fabricación se asemejan a las de la moda rápida? Tradicionalmente, un artículo de lujo justificaba su elevado precio por la excelencia de su confección, la pericia artesanal, las horas de trabajo experto y la escasez. Sin embargo, las prácticas reveladas sugieren que en muchos casos el lujo actual se ha convertido en un ejercicio de marketing, donde el producto podría ser esencialmente el mismo que uno de gama media, solo que con un logo prestigioso y una historia bien contada.

La brecha entre el mito y la realidad resulta éticamente problemática. Por un lado, tenemos consumidores de buena fe pagando, digamos, $5.000 dólares por un bolso asumiendo que detrás hay talleres centenarios en Francia o Italia, con maestros peleteros trabajando a mano. Por otro lado, descubrimos que tal vez ese bolso salió de una fábrica industrial en Asia, en una línea de producción en serie similar a las de productos comunes. Como señaló un comentario mordaz en redes: “Estos no son tesoros únicos hechos por artesanos en Milán; en muchos casos, son bienes de fábrica producidos con los mismos métodos y materiales que artículos de gama media”. La autenticidad del lujo queda así en entredicho.

Más grave aún son las implicaciones sobre derechos laborales y justicia social. El lujo, con sus altos márgenes, podría darse el lujo –valga la redundancia– de pagar sueldos dignos y mantener altos estándares en todas partes. No obstante, lo que muestran los casos como el de Italia es que se ha abusado de mano de obra vulnerable para engordar beneficios. Trabajadores costureros explotados, jornadas maratónicas en talleres clandestinos sin medidas de seguridad​, salarios de miseria de 2 euros la hora en pleno siglo XXI… Son realidades difíciles de reconciliar con la imagen glamurosa de la moda de lujo. Que bolsas de miles de euros sean cosidas por inmigrantes hacinados que duermen junto a sus máquinas de coser es una situación que roza lo inhumano y representa una falla ética mayúscula. Autoridades italianas denunciaron que esta “violación de las normas laborales” es además competencia desleal que perjudica a los fabricantes que sí cumplen con las leyes​. Es decir, si todo el sector jugara limpio, quizá los precios serían un poco más bajos o las ganancias más moderadas, pero al menos no se pisotearían derechos. Hoy, lamentablemente, la opulencia de algunas marcas parece sustentarse en la explotación oculta.

También está el tema de la honestidad con el consumidor. Aunque las empresas se amparen en que “legal es igual a ético”, muchos discrepan. El consenso entre expertos en marketing y ética comercial es que inducir a error al público erosiona la confianza a largo plazo. Vender una fantasía forma parte del lujo, sí –se vende un sueño de status, pertenencia a una élite, tradición–, pero cuando ese sueño se basa en afirmaciones engañosas sobre hechos objetivos (como el origen y modo de fabricación), cruzamos una línea peligrosa. “El problema aquí no es la legalidad, es la honestidad”, escribió un analista sobre este tema. Mientras no se supo la verdad, la gente creía pagar por artesanía europea, pero en realidad pagaba por un artículo producido en masa con solo una etiqueta europea añadida al final​. Ahora que la verdad empieza a salir a flote, hay quien siente que el lujo le falló. El riesgo para las marcas es que ese halo de exclusividad cuidadosamente construido se resquebraje, y con él se esfume la disposición del cliente a pagar precios premium.

Finalmente, estas revelaciones tocan el punto neurálgico de la sostenibilidad y la responsabilidad. En años recientes, se ha criticado duramente a la industria de la moda rápida por basarse en trabajo precario en países en desarrollo. El lujo solía verse aparte de eso –al menos en la percepción popular–, asociado a “lo bueno, limpio y justo”. Descubrir que el lujo puede esconder cadenas productivas similares a las del fast fashion supone un golpe reputacional. Algunos críticos hablan de hipocresía: las mismas marcas que publicitan valores de excelencia, tradición y hasta filantropía, estarían aplicando una doble moral puertas adentro al no garantizar condiciones dignas para todos sus trabajadores a lo largo de la cadena. Esto abre un debate incómodo para el sector: ¿Puede el lujo seguir proclamando valores de calidad y exclusividad mientras recurre a atajos eticos?.

En conclusión, las implicaciones éticas abarcan la decepción del consumidor, la explotación laboral y la erosión de la autenticidad del lujo como concepto. Si el lujo deja de ser sinónimo de lo mejor de lo mejor en todos los aspectos (materiales, confección, trato humano), corre el peligro de convertirse simplemente en una etiqueta costosa vacía de contenido, lo que a largo plazo socavaría su propia razón de ser.

Transparencia como tendencia: cambios en el comportamiento del consumidor

Ante esta oleada de información, el consumidor está cambiando sus hábitos y expectativas respecto a las marcas de alta gama. Ya venía gestándose una tendencia hacia el consumo consciente en moda, pero ahora se extiende claramente al lujo: los compradores quieren saber la verdad detrás del producto. Cada vez más gente se pregunta “¿exactamente qué estoy pagando: la calidad artesanal, la etiqueta o solo el prestigio?”​. Esa toma de conciencia está llevando a exigir respuestas.

En 2024 y 2025, se ha notado un auge de consumidores que valoran la transparencia y la ética. Un informe especializado anticipó que los clientes de lujo “probablemente exigirán mayor transparencia, fuentes éticas y procesos de fabricación responsables con el medio ambiente”​. Esto implica que las marcas ya no pueden simplemente esconderse tras su nombre; deben estar preparadas para proveer información clara sobre dónde, cómo y por quién se hace cada artículo. De hecho, algunas firmas jóvenes han hecho de la transparencia su principal atractivo: comparten videos de sus talleres, publican el desglose de costos (materia prima, mano de obra, margen) e incluso identifican a los artesanos que confeccionan cada pieza. Este modelo de apertura, impensable en las casas de lujo tradicionales, está captando a un segmento de consumidores hastiados del secretismo.

Asimismo, ha surgido un nicho de marcas “de lujo alternativo” que promueven valores distintos: producciones locales en series pequeñas, materiales sustentables y precios más contenidos, renunciando a parte del margen para ser más asequibles. Si bien no tienen el nombre histórico de un Vuitton o un Prada, están ganando terreno entre compradores que prefieren un producto con “historia significativa” y ética, aunque no ostente un logo reconocido​. Por ejemplo, en el sector de bolsos y accesorios han despuntado talleres independientes en España, Francia o América Latina que comunican abiertamente: “empleamos a artesanos locales, pagamos sueldos justos, esta pieza tomó X horas hacerla, los materiales vienen de tal sitio…”. Tales iniciativas resuenan especialmente con las generaciones jóvenes, que premian con su lealtad a las empresas alineadas con sus valores.

Otro fenómeno derivado es el crecimiento del mercado de reventa de lujo (second hand). Frente a la duda sobre la producción actual, algunos consumidores optan por comprar piezas vintage o de segunda mano de épocas en que, en teoría, sí se fabricaban íntegramente en Europa. Plataformas de reventa han reportado que compradores preguntan por el año y lugar de fabricación de un bolso antes de adquirirlo, buscando “Made in France 1985” en lugar de uno reciente posiblemente hecho offshore. Paradójicamente, lo antiguo recobra valor por su autenticidad garantizada, mientras lo nuevo es objeto de escrutinio.

Las propias marcas consagradas empiezan a responder (tímidamente) a esta demanda de transparencia. Algunas han añadido secciones en sus webs sobre “nuestros talleres” mostrando fotos de artesanos en Europa –aunque sin detallar qué porcentaje de la producción total representan–. Otras se han comprometido a auditorías más frecuentes de sus cadenas de suministro y a publicar informes de responsabilidad social. El gigante LVMH, por ejemplo, indicó en 2023 que realizó 1.725 auditorías a proveedores en el año, sugiriendo que vigila su red global (aunque no precisó resultados).

Sin embargo, persiste un escepticismo saludable en el público: las promesas deben traducirse en hechos verificables. De ahí la importancia de iniciativas tecnológicas como la blockchain aplicada al lujo (que comentaremos en la siguiente sección), que podrían permitir a un cliente rastrear el recorrido de su artículo del taller a la tienda. En este contexto, se escucha cada vez más una consigna en el sector: “el lujo será transparente, o no será”. La transparencia se está convirtiendo no solo en una virtud, sino en una exigencia para la supervivencia de las marcas a largo plazo.

Cabe mencionar también que algunos consumidores, tras la indignación inicial, han adoptado una postura pragmática: “si la calidad es buena, no me importa tanto dónde se hizo, pero que no me mientan con la etiqueta”. Este grupo estaría dispuesto a seguir comprando lujo incluso si se hace en China, siempre y cuando la marca sea honesta y mantenga estándares altos. No obstante, son una minoría por ahora. La mayoría parecen inclinarse por castigar con su cartera a las firmas percibidas como deshonestas y apoyar a aquellas que demuestren integridad.

En definitiva, estamos viendo un cambio de mentalidad: de un comprador pasivo que solo buscaba el logo, a un comprador activo e informado que pregunta, compara y decide en función de cómo se alinea el producto con sus valores. El lujo, que siempre ha vivido de una mística cuidadosamente construida, enfrenta el reto de encajar en una era de hiper-información y exigencia ética. Y como suele decirse, “el cliente siempre tiene la razón”: si los clientes del lujo quieren transparencia y ética, las marcas tendrán que adaptarse o arriesgarse a perder relevancia.

Presión por el cambio: hacia un lujo más ético y transparente

¿Hacia dónde va la industria del lujo tras estas revelaciones? A corto y mediano plazo, se vislumbran cambios importantes impulsados por la presión pública y el escrutinio regulatorio. Si bien las transformaciones en un sector tan tradicional suelen ser lentas, el consenso de analistas es que nos encaminamos a un lujo más transparente, responsable y quizás local en sus prácticas, so pena de perder la confianza de los consumidores.

En el plano corporativo, las grandes casas matrices (LVMH, Kering, Richemont, Prada Group, etc.) están reforzando sus departamentos de compliance y trazabilidad. Un hito significativo fue la creación del Aura Blockchain Consortium por parte de LVMH, Prada y Richemont en 2021, una plataforma conjunta que utiliza blockchain para rastrear la cadena de valor de los productos de lujo​. La promesa de Aura es que los clientes puedan acceder, mediante un certificado digital, al historial completo de un artículo: desde la procedencia de sus materiales, las etapas de fabricación, hasta la tienda donde se vendió​. Oficialmente, se presentó como una herramienta contra la falsificación y para garantizar autenticidad, pero implícitamente también significa que cada paso de producción queda registrado. Si las marcas quisieran (esa es la clave: querer), podrían dar al comprador acceso a esa información detallada. El mero hecho de que inviertan en esta plataforma refleja que “la trazabilidad se ha vuelto una obsesión para las grandes firmas de lujo”​. En otras palabras, reconocen que la transparencia ya no es opcional.

En paralelo, podríamos ver cambios en la regulación. Aunque a nivel de la Unión Europea no se vislumbra inmediatamente una ley que obligue a detallar “Hecho en X y Y”, la presión de ciertos países como Italia podría derivar en normativas nacionales más estrictas. Por ejemplo, Italia podría legislar para proteger su denominación de origen, exigiendo cierto porcentaje mínimo de manufactura local para usar Made in Italy. Asimismo, en mercados clave como Estados Unidos, las autoridades (FTC) han sido históricamente severas con el uso de Made in USA engañoso; es posible que extiendan ese celo a importaciones, vigilando que lo etiquetado como europeo realmente provenga de Europa.

Otra consecuencia puede ser un replanteamiento de las cadenas de suministro por parte de las marcas. Algunas podrían optar por relocalizar parte de su producción en Europa (o en países con mano de obra más cara pero prestigio artesanal) para recuperar credibilidad. De hecho, ya se observan movimientos: marcas que anuncian la apertura de nuevos talleres en Italia, Francia o España, creando empleos locales. Si bien la motivación puede ser política (quedar bien con gobiernos) o práctica (evitar aranceles y riesgos logísticos), también ayuda al relato de autenticidad. No sería extraño que en los próximos años, firmas que antes tercerizaban todo, empiecen a exhibir con orgullo que “el 80% de nuestros productos se fabrican en Europa” (cambiando la narrativa frente al 80% en China expuesto ahora).

Desde luego, persistirá la producción en Asia, pero quizás con mayor control y reconocimiento. Es decir, en lugar de ocultarla, algunas marcas podrían decir: “Sí, producimos esta línea en China, en estas fábricas certificadas que cumplen nuestros estándares”. Esto, que hoy casi ninguna se atreve a hacer públicamente, podría normalizarse si los consumidores lo aceptan siempre que la calidad esté garantizada. Sería un cambio de paradigma: admitir que Made in China no tiene por qué ser peyorativo. Esto dependerá de cuánto evolucione la percepción del público y de si las marcas logran convencer de que sus supply chains globales son sólidas.

Por el lado de los consumidores, la tendencia ya mencionada hacia el consumo ético seguramente se afianzará. Las nuevas generaciones han crecido con conciencia social y medioambiental, y extienden esos criterios a todas sus compras. El lujo no será la excepción. Si una marca de lujo no pasa el filtro moral de un cliente (por prácticas opacas o dudosas), este tendrá a su disposición alternativas: desde otras marcas tradicionales que hayan mejorado sus políticas, hasta nuevos actores más éticos, o simplemente destinar su dinero a productos de otras industrias (experiencias, tecnología) en lugar de moda. En el peor de los casos para el sector, podría ocurrir una erosión de la aspiracionalidad: que el lujo deje de ser deseable porque se asocia a engaño o injusticia. Evitar ese escenario es prioritario para las firmas, de ahí que deban recuperar la narrativa positiva del lujo mediante hechos tangibles.

Finalmente, es posible que veamos una revalorización de la artesanía auténtica. Los verdaderos talleres artesanales europeos, muchos de los cuales habían sido desplazados por la producción industrial, podrían vivir un renacimiento apoyados en la demanda de genuinidad. Marcas más pequeñas con producción 100% local podrían ocupar un nicho mayor. Incluso las grandes casas quizá inviertan en formar nuevos artesanos y expandir sus talleres propios, aunque eso les cueste más, como una forma de preservar su legado y diferenciación. Al fin y al cabo, el lujo nació de la artesanía; quizá deba volver a sus raíces para no perderse.

En síntesis, la industria del lujo se encuentra en una encrucijada histórica. Las prácticas opacas y la búsqueda desenfrenada de rentabilidad han chocado con los valores de una era de información transparente y consumo consciente. Se vislumbra un futuro donde el lujo que prospere será aquel que abrace la transparencia, garantice condiciones éticas en toda su cadena y reafirme con hechos su promesa de calidad excepcional. O como declararon algunos líderes del sector: el lujo del futuro será responsable y transparente… o no será


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