Dientes negros y picados como símbolo de riqueza


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Hoy en día, una sonrisa blanca y brillante se asocia con salud y belleza. Sin embargo, en la Europa de los siglos XVI y XVII, ocurrió un fenómeno sorprendente: los dientes negros y cariados llegaron a ser vistos como símbolo de riqueza y estatus social. En aquella época, una dentadura deteriorada no era motivo de vergüenza entre la élite, sino todo lo contrario: podía reflejar privilegio. ¿Cómo es posible que una señal evidente de mala salud bucodental se convirtiera en moda? En este artículo exploramos las causas históricas, dietéticas y sociales de esta insólita tendencia, con ejemplos en Inglaterra, Francia y España, y analizamos cómo fue evolucionando con el tiempo.
El azúcar: un lujo reservado para la élite europea
La principal explicación radica en el consumo exclusivo de azúcar, un producto que en los siglos XVI y XVII era extremadamente costoso y accesible solo para las clases altas. La caña de azúcar, originaria de Asia, se había introducido en Europa siglos antes, pero fue en el Renacimiento cuando empezó a llegar en mayor cantidad gracias a la expansión colonial y el comercio marítimo. Aun así, seguía siendo un artículo de lujo, comparable en valor a las joyas o especias, y funcionaba casi como una moneda de prestigio entre los nobles. Solo los muy ricos podían permitirse endulzar sus comidas, y el azúcar se convirtió en símbolo de poder en las cortes europeas.
En la Inglaterra isabelina, por ejemplo, el azúcar era un manjar reservado a la realeza. En la corte de Isabel I (1533–1603) abundaban las esculturas de mazapán, confituras importadas y pasteles decorativos. Se añadía azúcar incluso a platos salados, y se le atribuían propiedades medicinales. Lejos de considerarse dañino, el azúcar era una indulgencia real.
Detrás de esta indulgencia se encontraba la expansión colonial, especialmente en América y el Caribe, que permitió el establecimiento de plantaciones de caña que abastecían a Europa. Esa producción —tristemente basada en mano de obra esclavizada africana— sostenía el comercio global del azúcar. Aun así, el azúcar refinado seguía siendo carísimo; una mesa llena de dulces era una clara muestra de riqueza. Por contraste, las clases populares apenas accedían a este bien y, gracias a su dieta más austera, conservaban mejor sus dientes. Irónicamente, las caries eran una “enfermedad de lujo”.
Sonrisas arruinadas en las cortes reales
Esta “fiebre del azúcar” provocó deterioros dentales generalizados entre la élite. Muchos nobles exhibían dientes negros, cariados o ausentes, algo que hoy consideramos signo de descuido, pero que entonces era un símbolo de estatus. El caso más célebre es el de la reina Isabel I de Inglaterra, conocida por su pasión por los dulces. Consumía golosinas en cada comida, especialmente violetas confitadas, y su dentadura terminó en condiciones deplorables. Crónicas de la época indican que sufría de caries extensas, dolores frecuentes, mal aliento y pérdida de piezas dentales.
El viajero alemán Paul Hentzner, que visitó su corte en 1598, escribió que tenía “los dientes completamente negros” y lo atribuyó al “gran uso de azúcar entre los ingleses”. El embajador francés André Hurault también comentó que los dientes de la reina eran amarillentos, desiguales y con varias ausencias, lo que dificultaba su habla.
No fue un caso aislado. Los emperadores de la Casa Habsburgo, que gobernaban España y Austria, también sufrían de dientes negros por su alto consumo de azúcar. En Francia, Catalina de Médici introdujo recetas refinadas y dulces en la corte, y la aristocracia francesa se entregó también al placer azucarado. Lucir una dentadura deteriorada era casi un sello de nobleza.
La higiene dental era mínima. Se usaban paños, palillos de madera y a veces pastas dentales caseras que contenían… azúcar. Las extracciones se realizaban sin anestesia, con herramientas como la “llave dental”, en manos de barberos o incluso herreros. La propia Isabel I temía tanto las extracciones que obligó a un obispo a dejarse sacar un diente frente a ella para demostrar que no dolía tanto.
La moda insólita de los dientes negros
Paradójicamente, los dientes negros se pusieron de moda. En ese contexto, solo los ricos podían permitirse el azúcar, así que una dentadura dañada se convirtió en símbolo de estatus. En Inglaterra, se documenta que los cortesanos de Isabel I llegaron a pintarse los dientes de negro para parecer más aristocráticos. Incluso entre la población común, se usaba hollín o carbón para simular caries. Cuanto más oscura la sonrisa, más alto el rango percibido.
Es difícil de imaginar hoy, pero en aquella época, una sonrisa negra era símbolo de exceso y exclusividad: quien la lucía, podía pagar el azúcar y disfrutarlo sin límites. Tener los dientes perfectos podía considerarse signo de pobreza.
Del lujo a la crisis de salud
Esta tendencia terminó por desmoronarse en el siglo XVIII. El azúcar comenzó a abaratarse y difundirse gracias a la producción industrial y al comercio global. Las clases medias y bajas comenzaron también a consumirlo, y las caries se convirtieron en un problema de salud pública generalizado.
Simultáneamente, la medicina y la odontología avanzaron. En 1728, Pierre Fauchard publicó Le Chirurgien Dentiste, sentando las bases de la odontología moderna. Aparecieron los cepillos de dientes, los empastes y las prótesis. Para el siglo XIX, la blancura dental se había impuesto como ideal estético. Estudios científicos empezaron a vincular el consumo de azúcar con la caries, la obesidad y la diabetes, y las campañas públicas promovieron el cuidado dental.
Así, lo que fue símbolo de estatus pasó a ser señal de enfermedad y negligencia. La sonrisa negra de los siglos XVI y XVII quedó relegada a la historia como una curiosidad cultural.
Lo que consideramos bello o deseable cambia con el tiempo. En la Europa del Renacimiento, una dentadura arruinada podía ser símbolo de poder. La sonrisa ennegrecida de la nobleza refleja una época en la que el exceso y el privilegio importaban más que la salud. Hoy, ese capítulo nos recuerda que los ideales de belleza y prestigio no son fijos: se moldean por la economía, la medicina, la moda y los valores sociales.
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