Del Gold Standard al Age Standard: La economía de los años ganados


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La importancia de la longevidad como el nuevo oro
En el último siglo, la humanidad ha logrado un avance extraordinario: ganar décadas de vida. Si a comienzos del siglo XX la expectativa de vida promedio mundial rondaba solo los 32 años, hoy supera los 73 años. En otras palabras, la esperanza de vida global se ha duplicado en poco más de cien años (gráfico abajo). Este logro ha sido posible gracias a mejores condiciones de vida (nutrición, saneamiento) y enormes progresos médicos (antibióticos, vacunas). Cada año adicional ganado no solo representa tiempo para disfrutar en lo personal; también tiene un inmenso valor económico y social, al punto de que muchos lo llaman “el nuevo oro”. En este artículo exploraremos cómo la longevidad se ha convertido en un estandarte de progreso –un “Age Standard”– equiparable al otrora patrón oro (Gold Standard) en su capacidad de sostener y medir la riqueza de las naciones. Analizaremos este fenómeno desde una perspectiva económica y sociológica, apoyándonos en datos recientes, estudios académicos y la voz de expertos.

La esperanza de vida promedio a nivel mundial se ha incrementado de ~32 años en 1900 a más de 73 años en la actualidad. Este gráfico muestra cómo, especialmente a partir de mediados del siglo XX, las mejoras en salud pública, nutrición, saneamiento y avances médicos (vacunas, antibióticos, etc.) han más que duplicado la longevidad humana promedio.
Del Patrón Oro al Patrón Edad: una nueva métrica de riqueza
Durante gran parte de la historia moderna, el oro simbolizó la riqueza y sirvió literalmente de patrón de valor para las economías (el llamado Gold Standard). Las monedas nacionales estaban respaldadas por reservas de oro, lo que confería confianza y estabilidad al valor del dinero. Sin embargo, en el siglo XXI, algunos analistas sugieren que hemos pasado de un patrón basado en metales preciosos a un “patrón edad”: el verdadero indicador de prosperidad y desarrollo sería ahora cuántos años de vida saludable puede garantizar una sociedad a sus ciudadanos.
Este cambio de enfoque refleja un reconocimiento de que la longevidad poblacional es un pilar fundamental del bienestar y, por tanto, de la economía. El economista y Nobel William D. Nordhaus cuantificó este concepto de forma reveladora: el valor económico de los aumentos en longevidad durante el siglo XX fue aproximadamente tan grande como el valor de todo el crecimiento económico en bienes y servicios no relacionados con la salud. En otras palabras, agregar años de vida (y de vida saludable) ha aportado a la humanidad un beneficio equiparable a duplicar la producción económica material.
Los años ganados son, en sí mismos, riqueza ganada.
Diversos indicadores globales ya reflejan esta realidad. Por ejemplo, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) incluye la esperanza de vida como uno de sus tres componentes centrales para medir el progreso de los países, junto con la educación y el ingreso. Y no es para menos: cada mejora en longevidad conlleva beneficios económicos tangibles. Un estudio clásico estima que un aumento de 1 año en la esperanza de vida de la población puede asociarse con un incremento de alrededor de 4% en el PIB per cápita a largo plazo. Asimismo, investigadores en salud pública calcularon recientemente que ralentizar el proceso de envejecimiento para lograr solo 1 año extra de vida promedio tendría un valor económico mundial de 38 billones de dólares, y si lográsemos 10 años extra, el valor ascendería a 367 billones de dólares. Estas cifras astronómicas dimensionan la longevidad como un activo de enorme peso económico – un “nuevo oro” que sociedades y mercados empiezan a perseguir.
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Un siglo de longevidad en ascenso
La humanidad no siempre pudo soñar con vidas tan largas. Hasta bien entrado el siglo XIX, ningún país del mundo tenía una esperanza de vida superior a 40 años. Las enfermedades infecciosas, la alta mortalidad infantil y las pobres condiciones sanitarias limitaban severamente la supervivencia. Pero el siglo XX trajo consigo la revolución de la salud: saneamiento, agua potable, mejora en la alimentación, descubrimiento de antibióticos y vacunas, avances en la medicina clínica. El resultado fue una caída drástica de la mortalidad, especialmente infantil, y la extensión de la vida en todas las edades. Como ya mencionamos, a escala global pasamos de ~32 años en 1900 a más de 70 años en la actualidad. Ganamos más de 40 años de vida en promedio, un logro sin precedentes en la historia.
Este promedio global oculta, claro, variaciones regionales importantes. En muchos países desarrollados, la esperanza de vida al nacer supera hoy los 80 años (Japón encabeza la lista con alrededor de 84 años en promedio). En contraste, países de ingresos bajos aún luchan contra menores expectativas de vida, aunque han mejorado notablemente en las últimas décadas. Por ejemplo, en 1960 India y Corea del Sur tenían esperanzas de vida por debajo de 50 años; hoy ambas exceden los 70 años, con Corea acercándose a niveles europeos. La brecha sanitaria global sigue siendo un desafío —la “brecha de longevidad”— pero la tendencia universal es al alza: prácticamente todos los países experimentan aumentos sostenidos en la supervivencia de sus poblaciones.
Un indicador elocuente es el crecimiento acelerado de la población mayor. Según la OMS, en 2020 había 1000 millones de personas de 60 años o más en el mundo, y se proyecta que para 2050 esa cifra se duplicará a 2100 millones. La proporción de personas de la tercera edad respecto a los jóvenes también se dispara. El año 2022 marcó un hito histórico: por primera vez, el número de mayores de 50 años en el planeta superó al de niños menores de 15. Dicho de otro modo, hay más abuelos que nietos en la población global. Esta inversión demográfica, impensable hace solo medio siglo, es resultado directo de vidas más largas combinadas con menores tasas de natalidad.

Se espera un rápido envejecimiento poblacional a nivel global: la cantidad de personas de 60 años o más pasaría de ~1,0 mil millones en 2020 a unos 2,1 mil millones en 2050. Esto significa que en 2050 más de el doble de adultos mayores que en 2020 —aproximadamente 1 de cada 5 personas— tendrá al menos 60 años, con mayores demandas de sistemas de salud y pensiones en todo el mundo.
¿Milagro o preocupación?
Desde un punto de vista social, la longevidad creciente es un logro para celebrar – “uno de los mayores triunfos del siglo XX”, como lo califica un reciente informe del Fondo Monetario Internacional. Significa que más personas alcanzan la vejez, generalmente con mejor salud que generaciones pasadas, y pueden disfrutar prolongadamente de su familia, desarrollo personal y contribución a la comunidad. Sin embargo, este envejecimiento poblacional conlleva también desafíos económicos y sociológicos que requieren adaptación.
Tradicionalmente, se ha pintado un panorama pesimista: menos nacimientos implican a futuro menos trabajadores jóvenes, mientras que más ancianos implican mayores gastos en pensiones y salud. Este “relato del apocalipsis demográfico” advierte que una población envejecida puede frenar el crecimiento económico y tensionar las finanzas públicas (más pensionistas por cada trabajador activo). No obstante, muchos expertos refutan esta visión como demasiado unilateral. Argumentan que “el pesimismo en torno al envejecimiento es excesivo” y que, bien gestionada, una sociedad longeva puede ser igualmente –o más– dinámica y próspera. Surge así la noción de un “dividendo de longevidad”: oportunidades económicas y sociales derivadas de tener más adultos mayores activos, experimentados y con buena salud.
La clave está en la salud de esos años ganados. Como sintetizan Scott y Piot, “en el siglo XX añadimos años a la vida; en el XXI debemos añadir vida a los años”. Es decir, no basta con vivir más tiempo, sino que esos años adicionales deben ser años vividos con bienestar, autonomía y participación plena en la sociedad. Lograr esto requiere políticas que promuevan el envejecimiento saludable (prevenir y manejar enfermedades crónicas, fomentar estilos de vida saludables) y que adapten las instituciones a vidas más largas: sistemas de pensiones sostenibles, entornos laborales flexibles para trabajadores de más edad, ciudades amigables con los mayores, etc. Más adelante profundizaremos en estas adaptaciones. Primero, veamos cómo la creciente longevidad ya está transformando la economía global.
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La longevidad como motor económico: nace la “economía plateada”
Lejos de ser una carga pasiva, la población de adultos mayores se ha convertido en una fuerza económica de primer orden. El término “longevity economy” (economía de la longevidad) engloba la actividad económica generada por y para las personas mayores de 50 años, incluyendo su consumo, su participación en el mercado laboral y los sectores enfocados en ellos. Hoy, esta economía plateada mueve decenas de billones de dólares y sustenta millones de empleos en todo el mundo.
Según el informe Global Longevity Economy Outlook de AARP, en 2020 las personas de 50 años o más aportaron 45 billones de dólares al PIB global, equivalentes al 34% del PIB mundial. ¡Un tercio de la economía del planeta! Para 2050, proyectan que ese aporte se más que duplicará hasta alcanzar 118 billones (39% del PIB global). Esta contribución no proviene solo de países ricos; de hecho, muchos países emergentes y en desarrollo experimentarán el mayor crecimiento en sus mercados de adultos mayores conforme aumentan los ingresos y la longevidad. En paralelo, el gasto de consumo de los mayores de 50 crece alrededor de 5,5% anual, más rápido que el de cualquier otro grupo etario.

Los adultos de 50+ años ya tienen un peso económico desproporcionado. En 2020, aunque eran solo 24% de la población mundial, generaron ~34% del PIB global (unos $45 billones USD). Para 2050 se proyecta que este grupo contribuya ~39% del PIB global (unos $118 billones) gracias al crecimiento tanto demográfico como productivo de las cohortes mayores. Esta “economía de la longevidad” refleja que las personas mayores siguen trabajando, consumiendo y aportando sustancialmente al crecimiento económico.
Veamos el mercado laboral: lejos de retirarse por completo, muchos adultos mayores siguen trabajando o regresan a la actividad, aportando mano de obra y experiencia. En la última década, el 90% del crecimiento del empleo en Europa provino de trabajadores mayores de 50 años – 17 millones de trabajadores adicionales. En Japón, con la población más longeva del mundo, la proporción es aún mayor. De hecho, en varias economías avanzadas los trabajadores senior ya son el principal motor del crecimiento del PIB. Esta tendencia se replicará en otros países a medida que la generación baby boom (nacidos entre 1946-1964) permanece activa por más tiempo, sea por deseo o necesidad. Según AARP, en 2020 el gasto de los mayores de 50 sostuvo 1 de cada 3 empleos en el mundo (unos 1.000 millones de puestos de trabajo), generando 23 billones de dólares en ingresos laborales; para 2050, se calcula que soportarán 1,5 mil millones de empleos (38% del empleo global) y 53 billones en ingresos laborales. Es una fuerza laboral y productiva gigantesca.
No solo trabajan; consumen en masa. Los mayores de 50 representan un segmento de consumidores cada vez más poderoso. En 2020, este grupo de edad fue responsable de aproximadamente la mitad o más del gasto global en las principales categorías de consumo: alrededor del 60% del gasto en salud, 52% en servicios financieros y profesionales, 51% en vivienda y servicios básicos del hogar, ~49% en alimentación y bebidas, y ~49% en transporte. Asimismo, dominan rubros como el ocio y la cultura (53% del gasto global) y mobiliario y mantenimiento del hogar (50%). En suma, las personas mayores son un motor clave de la demanda en nuestras economías. Tienen gastos significativos en salud, sí, pero también en vivienda, turismo, educación (muchos continúan formándose), apoyo a sus familias, ocio y lujo.

Las personas de 50+ años realizan cerca de la mitad o más del consumo mundial en muchas categorías. En 2020, este grupo efectuó ~60% del gasto global en salud, 52% en servicios varios (ej.: financieros, personales), 51% en vivienda y utilidades, y 49% del gasto en alimentos y en transporte. En total, los mayores de 50 años representaron unos $35 billones (50%) del consumo global en 2020, proporción que podría acercarse al 60% ($96 billones) para 2050.
En Estados Unidos el conjunto de bienes y servicios comprados por consumidores mayores de 50 años genera 8,3 billones de dólares en actividad económica cada año, según datos de 2023. Lejos de ser “una carga para la sociedad”, la diversa y empoderada cohorte sénior actual está impulsando un auge económico sin precedentes en sectores que van desde la alimentación hasta las tecnologías para el hogar.
Este dinamismo ha detonado un “boom” de la economía plateada. Empresas e inversores están tomando nota del potencial de este mercado en expansión: servicios financieros adaptados (hipotecas inversas, seguros de cuidados), bienes raíces (viviendas y comunidades para retirados activos), transporte accesible, tecnología (“age-tech” como dispositivos de asistencia, hogares inteligentes amigables con mayores), turismo accesible, entretenimiento y educación para adultos mayores, etc.
Un área de crecimiento notable es la de productos y servicios para mantener y prolongar la salud en edades avanzadas. Aquí confluyen desde la industria farmacéutica y de dispositivos médicos, hasta gimnasios, dietas especializadas y el emergente turismo de longevidad. Este último ejemplifica cómo la longevidad se considera un lujo aspiracional: hoy el viajero de alto poder adquisitivo no solo busca hoteles cómodos, sino programas de bienestar, rejuvenecimiento y mejora de la salud. No es casualidad que el turismo de bienestar roce ya el billón (millón de millones) de dólares a nivel global, y las cadenas de lujo compitan en ofertar desde crioterapia hasta retiros antiestrés como el colmo de la exclusividad. “En la hospitalidad de lujo, el máximo servicio ahora es la promesa de una vida más larga y saludable”, resume un directivo del sector. En efecto, la longevidad se ha convertido en sinónimo de estatus.
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Inversión en longevidad: la nueva fiebre del oro
Siguiendo la metáfora del oro, podríamos decir que se ha desatado una “fiebre del oro” en torno a la longevidad. Grandes fortunas, empresas tecnológicas y fondos de inversión están inyectando capital masivo en la búsqueda de prolongar la vida humana y retrasar el envejecimiento. Este creciente sector de la “industria de la longevidad” abarca la biotecnología anti-edad, la medicina regenerativa, terapias génicas, inteligencia artificial aplicada a la salud, entre otros campos de vanguardia.
Un hito simbólico fue la creación en 2022 de Altos Labs, una startup biotecnológica dedicada a la investigación de rejuvenecimiento celular. Altos Labs nació con un financiamiento extraordinario de 3.000 millones de dólares en su ronda inicial, respaldada por magnates como Jeff Bezos (fundador de Amazon) y Yuri Milner. Esta suma la convirtió en la startup de biotecnología mejor financiada de la historia desde su arranque. Altos fichó a científicos de élite (incluidos premios Nobel) con sueldos varias veces mayores a los académicos, todo con el objetivo declarado de “hacer retroceder el reloj biológico” mediante reprogramación celular y alargar el healthspan (años de vida saludable) de las personas.
Y Altos no está sola. Google financia desde 2013 su propia empresa de longevidad, Calico Labs, enfocada en biología del envejecimiento. Otros multimillonarios de Silicon Valley han lanzado o apoyado iniciativas similares: el cofundador de Coinbase invirtió en reprogramación epigenética, el fundador de Oracle (Larry Ellison) ha donado cientos de millones a investigaciones sobre longevidad, etc. El mercado lo nota: se espera que la industria anti-envejecimiento alcance un valor de 64.000 millones de dólares en 2026, habiendo crecido 45% desde 2020. Algunos analistas hablan ya de una “nueva carrera” donde laboratorios y empresas compiten por ser los primeros en desacelerar significativamente el envejecimiento humano – un logro que tendría un valor incalculable (recordemos esas proyecciones de decenas de billones en beneficios por cada año de vida ganado).
Esta apuesta por la longevidad no solo proviene de la esfera tecnológica. Los grandes laboratorios farmacéuticos tradicionales también están investigando geroprotectores (fármacos para prevenir la senescencia celular), y en el mundo financiero han surgido fondos de inversión especializados en economía de la longevidad. A nivel gubernamental, China, Japón, la Unión Europea y EE.UU. han lanzado en años recientes programas nacionales de I+D centrados en envejecimiento saludable y medicina de precisión para mayores.
¿Por qué este torrente de recursos? Por un lado, la demanda potencial es inmensa: quien no querría añadir años de vida en buen estado, si fuera posible, para uno mismo y sus seres queridos. Por otro, los sistemas sanitarios de todo el mundo enfrentan crecientes costos por enfermedades crónicas asociadas a la edad (cardiovasculares, cáncer, Alzheimer, etc.). Retrasar la aparición de esas enfermedades incluso unos pocos años tendría un impacto económico colosal, ahorrando gastos médicos y permitiendo a las personas ser productivas por más tiempo. De hecho, los economistas estiman que enfocar la medicina en ralentizar el envejecimiento podría brindar ganancias económicas mayores que curar enfermedades individuales como el cáncer o las cardiopatías. Esto no significa dejar de tratar enfermedades específicas, sino reconocer que mejorar globalmente la salud en la vejez (compression de morbilidad) puede rendir un “dividendo” más amplio.
El sector privado también ve oportunidades en servicios para mejorar la calidad de vida de los seniors: tecnologías asistivas (robots de compañía, asistentes de voz adaptados), vehículos autónomos que devuelvan movilidad a quienes ya no conducen, educación continua y ofertas culturales para jubilados, y un largo etcétera. Nunca antes existió un grupo tan grande de personas mayores con buen poder adquisitivo, ganas de vivir plenamente y tiempo para hacerlo. Atender a ese público es buen negocio, y a menudo, también una causa social.
Transformaciones sociológicas en una sociedad longeva
No solo la economía se redefine con la longevidad; la estructura misma de la sociedad está cambiando. Las pirámides poblacionales se invierten, las familias se reconfiguran, y las etapas de la vida se reinterpretan. Analicemos algunos ejes sociológicos clave:
1. Estructura familiar multigeneracional: Con más personas viviendo hasta los 80, 90 o 100 años, es común encontrar cuatro generaciones con vida al mismo tiempo. Muchos niños hoy conocen no solo a sus abuelos, sino a bisabuelos e incluso tatarabuelos. Las familias extendidas se ensanchan en vertical (más generaciones) aunque quizás se estrechen en horizontal (menos hermanos/tíos por la baja natalidad). Esto puede fortalecer ciertos lazos (abuelos cuidando nietos, apoyo intergeneracional) pero también implica retos de cuidado: adultos de mediana edad que deben a la vez criar hijos y atender padres muy ancianos (la “generación sándwich”). Socialmente, habrá que desarrollar redes y servicios de cuidado de larga duración para los mayores dependientes, aligerando la carga sobre las familias.
2. Nuevas fases en la vida adulta: La idea tradicional de una vida en tres actos —juventud-formación, adultez laboral, jubilación vejez— está quedando obsoleta. Con vidas más largas y saludables, muchas personas de 60 o 70 años no encajan en la imagen de “anciano retirado”. Se habla de una nueva etapa llamada “adultez madura” o “gerontolescencia”, caracterizada por actividad, reinvención y aprendizaje. Hoy vemos jubilados iniciando emprendimientos, profesionales comenzando segundas carreras después de los 65, o individuos que tras retirarse regresan al trabajo (un-retirement). “Los 60 son los nuevos 40”, se dice coloquialmente. Esto difumina las fronteras de la vejez y obliga a replantear cosas como la edad de jubilación (que fijarla rígidamente en 65 quizá no tenga sentido si mucha gente puede y quiere trabajar hasta los 70+ con las adaptaciones adecuadas). De hecho, retrasar la edad de retiro es una tendencia: países de la OCDE ya planean jubilaciones a 67-70 años para las próximas décadas. Según estimaciones, extender la vida laboral en 1 año podría incrementar el PIB ~1%, lo que evidencia la ganancia potencial de aprovechar la experiencia de los trabajadores mayores.
3. Cultura y actitudes hacia la vejez: Con más personas mayores visibles y activas, lentamente cambian los estereotipos. La idea del anciano frágil, desconectado o improductivo cede ante ejemplos de “mayores ejemplares” – piénsese en científicos de 80 años investigando, políticos septuagenarios liderando potencias, artistas octogenarios en plena creatividad. Sin embargo, la discriminación por edad (edadismo) sigue presente en ámbitos laborales y sociales. Una sociedad longeva necesitará combatir el edadismo con tanta fuerza como otras formas de discriminación, promoviendo una cultura de respeto y aprovechamiento de la diversidad etaria. Cada vez más se enfatiza que los mayores no son una carga sino un recurso: aportan conocimiento, mentoría, estabilidad emocional y, no olvidemos, un enorme caudal económico como vimos.
4. Participación social y política: En democracias donde la población envejece, aumenta el peso político de los votantes mayores. Esto podría llevar, por un lado, a una mayor atención a políticas para este grupo (pensiones, salud) pero también se teme que refuerce tendencias conservadoras o un reparto intergeneracional percibido como injusto (jóvenes pagando por beneficios de mayores). No obstante, estudios empíricos no hallan que los electorados envejecidos necesariamente recorten gasto en educación o se opongan a cambios; la realidad es más matizada. Lo que sí es crucial es fomentar la solidaridad intergeneracional: comprender que el bienestar de una generación está ligado al de las otras, y que todos, si tenemos suerte, seremos algún día parte de la población anciana. Iniciativas de encuentro entre jóvenes y mayores, ciudades amigables que integren a todas las edades, y una narrativa mediática equilibrada (que muestre tanto a un joven innovador como a un abuelo emprendedor) ayudarán a este equilibrio.
5. Salud pública y calidad de vida: Sociológicamente, se revaloriza la noción de “envejecer con dignidad”. No basta con añadir años a la vida si esos años son de mala salud. Muchos mayores expresan que prefieren calidad a cantidad de vida. Esto impulsa una agenda de salud pública orientada a la prevención: desde promoción de ejercicio y dietas saludables en todas las edades, hasta rediseñar las ciudades (espacios verdes, calles seguras) para facilitar que la gente mayor se mantenga activa físicamente y conectada socialmente, dos factores cruciales para un envejecimiento saludable. También cobra importancia la salud mental en la vejez, combatiendo la soledad y la depresión que a veces acompañan la jubilación o la viudez. En resumen, la sociedad debe ajustarse para que esos años ganados sean vividos en plenitud, no en aislamiento o sufrimiento.
Hacia un nuevo contrato social de la longevidad
Los cambios demográficos en marcha exigen repensar instituciones y políticas que durante décadas se basaron en un modelo de pirámide poblacional joven. Algunos aspectos que requieren atención y acción son:
- Sistemas de pensiones y retiro: Muchos países enfrentarán insolvencia en sus fondos de pensiones si no se reforman, dado que habrá relativamente menos cotizantes jóvenes por cada jubilado. Las soluciones pasan por una combinación de medidas: elevar gradualmente la edad de jubilación (pero permitiendo flexibilidad y retiros parciales), incentivar el ahorro individual, reformar esquemas de contribución y beneficios, y promover que más personas trabajen más allá de los 65 con empleos adaptados (jornadas reducidas, teletrabajo, roles de mentoría, etc.). Países como Japón ya experimentan con empleos específicos para mayores o bonificaciones a empresas que retienen trabajadores veteranos. Invertir en la empleabilidad de los mayores –formación continua, re-skilling, adecuación ergonómica de puestos– será crucial.
- Salud y cuidados de larga duración: Conforme más gente alcanza edades muy avanzadas (80+), aumentan los casos de enfermedades crónicas y situaciones de dependencia. Los sistemas sanitarios deben pivotar desde el modelo agudo (tratar enfermedades puntuales) hacia un modelo preventivo y de manejo crónico. La prevención del deterioro antes de que ocurra puede rendir enormes frutos: por ejemplo, la llamada expansión de la morbilidad indica que estamos viviendo más años pero con más años con enfermedad, algo que se debe combatir enfocándose en mantener sanas a las personas en sus 60s y 70s antes de que acumulen múltiples dolencias. Paralelamente, se necesita toda una infraestructura de cuidados a largo plazo: residencias de ancianos de nueva generación, pero sobre todo servicios a domicilio, apoyados en tecnología (teleasistencia, sensores) y personal capacitado (geriatras, cuidadores). Formar a suficientes profesionales gerontológicos es un reto en muchos países, y quizá habrá que echar mano de la inmigración para suplir déficits de cuidadores.
- Educación y ciclo de vida: Si vamos a vivir 20 o 30 años más que nuestros abuelos, ¿tiene sentido concentrar toda la educación en los primeros 25 años de vida? Probablemente no. Surge la idea del aprendizaje permanente. En lugar de un front-loading educativo, podría haber modelos donde las personas alternen trabajo y formación a lo largo de la vida, o regresen a la universidad en la mediana edad para reciclarse en nuevas áreas. En una sociedad longeva, uno puede tener múltiples carreras en serie. Esto beneficia tanto al individuo (que se mantiene mentalmente activo y relevante en el mercado laboral) como a la economía (más productividad). Universidades y centros de formación ya ofrecen programas para “alumnos senior” y las empresas empiezan a ver la capacitación de empleados mayores como una inversión, no un costo hundido.
- Entorno urbano y comunitario: Las ciudades y comunidades deberán adaptarse a una población con mayores proporciones de personas mayores. Esto implica desde viviendas (promover viviendas accesibles, sin barreras arquitectónicas; viviendas intergeneracionales; cohousing senior) hasta transporte público (vehículos bajos, buena iluminación, semáforos más lentos) y espacios públicos seguros y agradables para los mayores. Una ciudad amigable con los ancianos suele ser más cómoda para todos (piénsese en aceras sin obstáculos que sirven tanto a una persona con bastón como a un padre con cochecito de bebé). Además, se deben fomentar redes comunitarias para evitar el aislamiento: centros de día, clubes de barrio, voluntariados donde los mayores participen y contribuyan (muchos jubilados desean seguir sintiéndose útiles socialmente).
- Equidad e inclusión digital: En un mundo cada vez más digitalizado, existe el riesgo de que los mayores queden rezagados si no se les integra. La brecha digital por edad se ha ido reduciendo (muchos adoptaron smartphones, redes sociales, etc.), pero las generaciones muy mayores aún pueden tener dificultades con nuevas tecnologías. Iniciativas de formación digital para adultos mayores, y el desarrollo de tecnología más intuitiva (diseño universal) ayudarán a que este colectivo aproveche las ventajas de la telemedicina, la banca electrónica, la comunicación online, etc. La inclusión digital es parte de la inclusión social en la actualidad.
En esencia, se necesita un nuevo contrato social adaptado a la longevidad. Esto implica asumir que la estructura demográfica cambió y que todos –gobierno, empresas, comunidades e individuos– debemos ajustar expectativas y responsabilidades. Los individuos quizá trabajen más años y cuiden más su salud; las empresas valorarán a empleados senior y verán oportunidad en productos para mayores; el Estado reequilibrará gastos entre generaciones y invertirá en prevención; y la comunidad en general reconocerá el valor de sus miembros de más edad.
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La era de la longevidad, un tesoro compartido
Estamos entrando en la era de la longevidad. Igual que hubo una era del bronce, una del hierro, una del petróleo… el “recurso” definitorio de nuestro tiempo es la vida humana prolongada. Si el oro alguna vez fue la medida de la riqueza, hoy podríamos decir que los años de vida ganados son la nueva medida del éxito colectivo. Países y sociedades que logren no solo que su gente viva más, sino que viva mejor por más tiempo, serán las verdaderas potencias del futuro.
Las cifras hablan claro: los mayores aportan trillones a la economía global, protagonizan la mayor parte del consumo y sostienen un gran porcentaje de los empleos. La “economía de los años ganados” ya está aquí, transformando mercados e inspirando innovaciones. Un ejemplo poderoso es Japón, que pese a su envejecimiento ha mantenido deuda pública controlada y un nivel de vida alto, mostrando que demografía no es destino inevitable. Con creatividad y buenas políticas, la longevidad puede impulsar la prosperidad en vez de frenarla.
Sin duda, hay desafíos formidables. Las instituciones deberán actualizarse para evitar que vivir más se traduzca en crisis de pensiones o sistemas de salud insostenibles. Asimismo, habrá que abordar desigualdades: aún persisten brechas de longevidad entre ricos y pobres, entre grupos étnicos, e incluso entre zonas geográficas de un mismo país. La longevidad debe ser un oro accesible para todos, no un lujo reservado a élites. Esto exige trabajo en determinantes sociales de la salud, desde educación a entornos saludables, para que las ganancias en expectativa de vida beneficien ampliamente a la población y no amplíen inequidades.
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Mirando hacia adelante, los expertos enfatizan la adaptación y la inversión en capital humano a lo largo de toda la vida como la vía para cosechar el “longevity dividend”. Esto implica valorar a las personas de todas las edades: nutrir el talento joven pero también aprovechar la sabiduría de los mayores. Como sociedad, necesitamos una narrativa optimista y proactiva: en vez de lamentar tener más ancianos, celebrar que más personas vivan hasta edades avanzadas – y asegurar que esas vidas añadidas sean dignas y plenas.
En definitiva, la longevidad es un logro civilizatorio equiparable al descubrimiento de un gran tesoro. Cada año de vida ganado, cada cumpleaños 90 o 100 que se celebra, es un triunfo de la ciencia, la economía y la cooperación social. Prolongar la vida era un sueño milenario de la humanidad; hoy lo estamos haciendo realidad, año tras año. Depende de nosotros convertir ese regalo en un nuevo estándar de oro para nuestras economías y en un motivo de cohesión y esperanza para nuestras sociedades. Como reza un antiguo proverbio, “La verdadera riqueza es la salud” – y podríamos añadir: también el tiempo. En la economía del siglo XXI, tiempo de vida es la moneda más preciosa, y todo apunta a que seguiremos invirtiendo en ganar más tiempo y, sobre todo, en que ese tiempo ganado valga oro en calidad.
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